Por Arnoldo Fernández
Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
La
guagua sale puntual. Deja atrás las calles del pueblo; se adentra en un mar
verde donde alguien construye una industria en la vieja unidad militar. Allí
fue reservista por décadas; ahora, silos elevados, instalaciones y sueños de
recuperar lo que antaño era el granero de Cuba.
Una llamada telefónica prende sus alarmas. Está obligado a volver. Lo adelantan a la terminal. Aborda un camión. Llega. Entonces el dolor asoma; un brote de lágrimas libera la tensión que traía.
El único ser de su pasado tiene una falta de aire enorme; arquea, convulsiona muchas veces. Recuerda lo que aprendió para darle oxígeno al cerebro, al corazón y lo pone en práctica. El milagro aparece antes que el médico y el oxígeno. Lo ve toser varias veces. La respiración empieza a normalizarse. Toma el camino del anoncillo y lo asalta un llanto solitario que no consigue aliviar.
Siente su llamado: -¡Hijo!, quiero decirte algo.
Ante la destartalada silla de ruedas, inclina su cabeza, habla muy alto al oído izquierdo. Asoma una voz perfumada de afectos:
- ¡Hijo!, toma la camisa a cuadros del armario.
Obedezco.
-¡Póntela!
- ¡Abuelooooooooooo!!!
- Quiero verte con ella. ¡Es tuya ahora!
-Me
pondré bien.
Me has emocionado inmensamente. He llorado a tu abuelo como si fuera el mío que nunca lo tuve, pero tuve una abuela a la que amé como no tú al tuyo. Gracias por saber que aún existen seres como tú.
ResponderEliminarGracias profesora por compartir sus emociones al leer esta crónica escrita con la energía del alma. Abrazo grande.
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