Por Arnoldo Fernández.
Se acerca la hora. Cuando cierren puertas y ventanas el sudor robará las pocas libras que aún andan en su cuerpo. Prende un cigarrillo. Observa detenidamente, es tan infinito el azul, así debía ser la libertad, piensa. Escucha la sirena, ya es la hora, entra, lo cierran todo, empieza a ahogarse en aquel infierno que llega todas las noches. Ve a su madre, a su padre, a sus vecinos y una lágrima asoma donde nadie puede verla.
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