Por Arnoldo Fernández Verdecia
Mi abuela China me lo trajo. ¡Qué belleza! Ese día me vestí de vaquero y salí al maizal a retar enemigos. Tuve muchos duelos, en todos gané, me creía el mismísimo Trinity. Mis días se iban en el Oeste que armó mi cabeza. Mi abuela China me convirtió en el mejor vaquero de la comarca. En las noches, ponía todo en la cabecera de la cama y no me cansaba de mirarlo. ¡Cuánta alegría sentirme un pistolero del lejano Oeste! La abuela China me trajo otros regalos bellísimos, pero ninguno como el juego de vaqueros.
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