Cuando el socialismo se desplomó en aquella geografía tan extraña a la nuestra, un grupo de muchachos caminamos kilómetros para ir a un concierto de Pablo Milanés en la plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. Nada nos detuvo, ni el hambre, ni la sed, ni el calor, ni las horas de pie en medio de una muchedumbre enardecida que gritaba sus canciones; sentíamos que no resistiríamos, pero era el Pablo de Yolanda, de Ámame como soy, de Yo no te pido, de Comienzo y final de una verde mañana; valía la pena estar allí. Decir Pablo, era sentirlo junto a Gal Costa entrando en nuestra juventud y creer en ese amor que nos estruja con tan solo un beso y la vida es un estado de ensoñación del que no queremos despertar. Pablo vio el socialismo real convertido en polvo, pero nunca dejó de cantar, soñar, dudar; creció en sus canciones hasta encontrar la identidad de la que nos habló en “Ya se va aquella edad”. Envejeció esperando una disculpa. Murió convertido en sabio de sí mismo. Aprendió que lo suyo era escribir canciones e interpretarlas.
Lo increíble sucedió hace unos minutos; tengo el sueño muy liviano, por esa razón a las 3 y 35 de la madrugada un terrible olor puso en alerta mi olfato, salí de la cama a la velocidad de un rayo, desde las persianas pude ver a un encapuchado correr, perderse en el oscuro barranco que da al río Contramaestre.
En el piso de la sala numerosas gotas de un olor terrible, regué serrín, pero mi instinto me orientó abrir la puerta, al hacerlo, el piso del corredor, la puerta misma y la reja vilmente saboteadas con mierda.
Recordé que ese es el recurso principal de los cobardes, incapaces de actuar de frente y dialogar cuando existen problemas que duelen a todos y es deber criticarlos con honestidad.
Agarré el machete mambí de mi abuelo y un trabuco de anoncillo, y mientras limpiaba, pasó en varias ocasiones un motor con las luces apagadas por la manzana cercana a mi casa.
Montaré guardia extrema en lo adelante y al que coja, sea mandado por quien sea, el machete de mi abuelo está bien despalmadito esperándolo, lo blandiré a diestra y siniestra con la fuerza de un Antonio Maceo.
Así anda este pueblo, el de Martí, Virgilio Piñera, Lezama Lima..., así anda Contramaestre en el Día de la Cultura Nacional.
Nunca en mi vida he violado las leyes, siempre he sido un ciudadano de bien que se expresa y comporta según los valores en los que cree. ¿Por qué tamaña afrenta?
A ese encapuchado que recibió órdenes o fue pagado por alguien para amedrentarme, un aforismo bien claro: "-Siempre hay un ojo que te ve y hablará".
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Cada 10 de febrero Cuba
recuerda el aniversario de la Capitulación del Zanjón, entre los ejércitos de España y del pueblo
cubano, llamado “Libertador”. Asumimos el concepto de capitulación y no los de
paz o pacto, por las siguientes razones históricas y la respuesta de Antonio
Maceo en Mangos de Baraguá.
Ante todo, si uno revisa el
documento del Zanjón en su letra y espíritu, una realidad sobresale.
Abiertamente, en el artículo 1, España
exige la capitulación incondicional de las fuerzas rebeldes a su ejército. El
término incondicional lo dice todo, los
cubanos alzados en armas reconocen la victoria de España sobre ellos. Por tanto,
es una capitulación que no alcanza los objetivos por los que el 10 de octubre de
1868 se fueron a las armas.
Para conseguir la
capitulación, España negoció con el Comité Revolucionario del Centro, integrado
por altos oficiales del “Ejército Libertador” y miembros de la “Cámara de la
República en Armas”, que creían alcanzar
una paz, donde ambas fuerzas enfrentadas, terminaban en similares condiciones y
ello traería ventajas políticas favorables para el pueblo de la isla.
Desde
el punto de vista del Comité Revolucionario del Centro, se conseguía una paz que
ayudaría a cubanos y españoles a sanar las heridas de 10 años de guerra,
pues según cálculos de fuentes bien objetivas, unas
300 000 personas murieron y la economía de la isla estaba en bancarrota.
Con
mucha habilidad, España reconocía en los acuerdos del Zanjón los grados militares
de los insurrectos, la libertad de los negros que militaron en el “Ejército
Libertador”, facilidades para abandonar el país el que lo deseara, creación de partidos políticos y libertad de
prensa.
En
verdad, para las condiciones de la época, parecía algo ideal, sin embargo el
Mayor General Antonio Maceo, Jefe del Departamento Oriental, no reconoció
ninguno de los artículos negociados, porque traicionaban los objetivos
principales de la guerra emancipadora: independencia, libertad de comercio y
eliminación total de la esclavitud.
El
15 de marzo de 1878 Maceo protestó en Mangos de Baraguá, donde dejó claramente
definida la visión política de los orientales ante el Zanjón. Con su radical
posición, dejó algo muy claro ante España,
seguir luchando hasta vencer o morir.
La Muerte de Maceo (1908). Óleo S/T de Armando García Menocal.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Noches antes del día 7 de
diciembre de 1896.El Mayor General, Antonio Maceo y Grajales tiene sueños extraños; sátiros de la mitología griega
acompañan su cuerpo camino a la
muerte; su madre conversa con él.
Meses antes, malos cubanos siembran intrigas sobre él en el campo de la revolución;
Máximo Gómez quiere
tener un encuentro; no puede
aplazarse. La discriminación racial está en la mentalidad de muchos; no toleran la grandeza del hombre de
Baraguá, su intransigencia
revolucionaria, la radicalidad de su pensamiento político.
Desde Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba, pone en jaque
mate a las tropas del capitán general español, Valeriano Weyler; cruza la Trocha de Mariel a Majana
varias veces, burlando un sistema de
alumbrado y postas casi infranqueable.
En su cuerpo, muchas heridas, más de
veinte. El invierno en el occidente de la
isla es más crudo. A Antonio le cuesta levantarse cada madrugada de la hamaca
rebelde; sus ayudantes comprenden que pierde fuerzas.Está envejeciendo.Tiene 51 años cumplidos.
El día 6 de diciembre está en Punta
Brava, tierra de La Habana;
va a reunirse con Gómez; tiene fiebre muy alta durante el día y parte de la noche. Duelen las
viejas heridas; las ordenanzas friccionan las piernas para aliviarlo. El general José Miró
Argenter lo ve agitarse en la hamaca durante el sueño y escucha frases incoherentes. Al
amanecer cuenta a Miró su sueño. Dice que vio a su padre, a su madre y a todos
sus hermanos muertos. Estaban a su lado y lo llamaron:
"Antonio, basta ya de lucha, basta ya de gloria". A su médico, el doctor
Zertucha, dijo: “Tengo el presentimiento de que me van a matar”.
A las once de la mañana del 7 de
diciembre de 1896, tiene tiempo para
escuchar la lectura de la Batalla de Coliseo, en
“Crónicas de la guerra”, de José Miró. De pronto se oyen detonaciones; siguen
descargas cerradas. La exploración mambisa no puede avisar y los españoles
sorprenden el campamento insurrecto. Maceo se sobrepone al agotamiento por las
fiebres y junto a 45 hombres parte a la carga;
una cerca de alambres lo detiene, ordena cortarlos, dice al general Miró:
“Esto va bien”. Un proyectil penetra por el lado derecho de su cara, cerca del
mentón, y sale, con ruptura de la arteria carótida, por el lado izquierdo del
cuello.
Al enterarse de lo sucedido,
Panchito Gómez Toro, el hijo de Gómez, sale con un
brazo en cabestrillo del campamento en busca del cadáver de su
jefe. En un gesto supremo de lealtad, muere a su lado.
Antonio Maceo Grajales soñó
muchas veces la muerte, pero la noche del 6 fue crucial; sus muertos
amados hablaron con él; incluso Mariana; vio imágenes donde los sátiros
acompañaron sus restos al descanso final; su espiritualidad sentía la
proximidad del deceso; el 7, ya casi al mediodía, después de un baño de
historia, fue a encontrarse con ella y hoy, 122 años después, el pueblo de Cuba,
lo recuerda como el hombre que tenía tanta fuerza en la mente, como en el brazo.
Por Arnoldo Fernández Verdecia.caracoldeaguaoriente@gmail.com
Una
vez Antonio Maceo en la radio nos unió en la amistad; después vino su estupenda caligrafía; esa acentuación impecable. Recuerdo el sueño
del “Proyecto Mogote”, hechura suya, en aquellas tardes memorables de su antigua casa del Reparto Frank País,
aquí en Contramaestre, oriente de Cuba.
Junto
a él vivimos los procesos más complejos hasta que fue
destronado por un dictadorcillo local; muchos
llegamos a temer hasta por su vida. Recuerdo las veces que fui a toda carrera
porque no tenía noticias suyas y su esposa temía un suicidio traumático. Llegó
a "vanguardia nacional"; visitó países
socialistas, en fin, era de esos seres intachables.
Aquel
hombre tenía vocación por la décima, le salían con una facilidad enorme. Su
frase favorita “Dime infeliz” nos unía en licores que libábamos en la noche, cuando
uno de nosotros cumplía años y él ofrecía su casa, porque no teníamos techo para
congregarnos.
Un
día mi amigo empezó a tener criterios demasiado lúcidos y se habló de
promociones estelares, proceso no tolerado por el dictadorcillo local que
apodamos “el Cuate”; así llegó la caída;
mi amigo dejó de ser tan bueno; los falsos lo abandonaron; incluso los
análisis de su personalidad cobraron tintes delirantes; en otras palabras, lo obligaron a irse del
país que más amaba en el mundo. Lo hicieron dejar atrás sus palmas, el olor del
café loma arriba, los rumores de barrios de provincias y aquellas conversaciones interminables en su
casa.
Una
mañana salí a despedirlo; lo abracé
fuerte, muy fuerte; entre sus cosas
llevaba “Lo cubano en la poesía” de Cintio Vitier. Lo vi perderse en un Moscovich blanco por la Carretera Central de Cuba. Se fue en unos “ojos
verticales”, “unas manos negras”, un cuento de Trujillo; pero nunca dejó ser una buena persona. Por un
egoísmo mío, nuestra amistad se enfrió,
quise me trajera de vuelta a Cintio y él, muy molesto, en un sobre de
manila lo puso ante mis ojos un día y
dijo palabras duras, muy duras. Yo tuve la culpa. A los amigos de verdad se le
regalan los libros, es una máxima que nunca olvidaré. Lo otro es ciencia
ficción.
En un
momento del
trayecto, aparece el Contramaestre. Refresca
su cuerpo con el agua del mismo, pero también la ingiere, un hecho
litúrgico
que permite aliviar los dolores y las tensiones presentes
Por Arnoldo Fernández Verdecia.arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
La relación de
José Martí con tierras de Contramaestre es singular; quizás por el hecho de
nombrar el paisaje, la gente y sobre todo el río, en su Diario de Campaña, con
sentidos litúrgicos y hasta confesionales.
El 9 de mayo
de 1895, Martí llega a la finca de una familia contramaestrense: los Venero. El
viejo Venero, había estado en la Guerra Grande, y era muy amigo de Máximo Gómez. El intercambio con el hombre
común, genera un escrito de gran valor
sentimental y patriótico: “Aún está en Altagracia Manuel Venero, tronco de
patriotas (…)” “Con los Venero era muy íntimo Gómez (…)” “Su casa hoy nos
recibe con alegría, en la lluvia oscura y con buen café”.
El ojo
martiano descubre su primera noche en Contramaestre: “(…) Dormimos, apiñados,
entre cortinas de agua”. “Así dormimos en Altagracia”. En ese interregno, que
cubre el tránsito del 9 al 10 de mayo,
describe el diálogo con la gente de Holguín, proceso que le permite conocer, los caminos torcidos
que pueden extraviar el destino concebido en Montecristi. Pero también aprecia
el cariño que le profesan los humildes: “Presidente me han llamado, desde mi
entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo
que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y
muestras de goce de la gente en mi presencia y sencillez. –Y al acercarse hoy
uno: Presidente, y sonreír yo: “No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí
como general: no me le digan Presidente”. “¿Y quién contiene el impulso de la
gente, General?”; le dice Miró: “eso les nace del corazón a todos”. “Bueno:
pero él no es Presidente todavía: es el Delegado”. –Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en
algunos como el agravio”.
El 12 de mayo
se dirige a la Jatía. En un momento del
trayecto, aparece el Contramaestre. Refresca
su cuerpo con el agua del mismo, pero también la ingiere, un hecho litúrgico
que permite aliviar dolores y tensiones presentes, en un pueblo que lo imagina Presidente y ama, y un mando
militar despótico que lo ubica como General y Delegado.
En un gesto
premonitorio, el 13, uno de los acompañantes, ya en La Jatía, pica espuelas y lo invita a observar el escenario, donde la
naturaleza entrega un verde intenso, y descubre la unión de dos ríos: “(…) el
Contramaestre entra allí al Cauto”.
“Cruzamos el Contramaestre”. Ese día, en un gesto confesional, señala:
“Ya está el rancho barrido: hamacas, escribir; leer; lluvia; sueño inquieto”. La experiencia vivida en campaña,
conjuntamente con el acercamiento a Gómez y a Antonio Maceo, le
permiten intuir un escenario de confrontación, difícil de encausar: “Escribo,
poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será
útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de
aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo, y
en la soledad en que voy, impere acaso, por la desorganización e incomunicación
que en mi aislamiento no puedo vencer (…)” Nuevamente el recurso litúrgico acude, pues el
15, libera tensiones al bañarse en
el Contramaestre, disfrutar el aguacero desde el rancho, o sencillamente apreciar “la caricia del agua
que corre: la seda del agua”.
Sin embargo,
vuelve a cargarse de energías negativas. El 16 narra el testimonio del
capitán Pacheco, que le permite fundamentar sus preocupaciones en torno a un
mando despótico futuro, que no sea capaz de interpretar correctamente la
espiritualidad del cubano y de lugar a desviaciones lamentables: “(…)el cubano
quiere cariño, y no despotismo: que por despotismo se fueron muchos cubanos al
gobierno y se volverán a ir: que lo que está en el campo, es un pueblo, que ha
salido a buscar quien lo trate mejor que el español, y halla justo que le
reconozcan su sacrificio”.
Nuevamente la
lluvia acude como bálsamo para aliviar preocupaciones. Escribir y leer
complementan una posible liberación de angustias, que anulan su libre albedrío
en las decisiones patrias, se siente sólo, completamente aislado, por un
militar, que al desembarcar, ejerció el mando único, y lo relegó a la condición
de espectador, o sencillamente lo nombra Mayor General, para tenerlo, de cualquier
forma subordinado; incluso decide sin contar con él, en consulta con otros
jefes, que su lugar es la emigración, y no Cuba; dolor grande que invade la
reflexión, la palabra.
Con esa carga
negativa, sólo tiene el alivio de
apreciar un último aguacero; aunque un mal augurio parece intuir el 17, pues no
puede bañarse en el Contramaestre, ni beber su agua fresca. “Está muy turbia el
agua crecida (…), -y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de
higo…” La última anotación de su Diario, nombra al río que ahora también lo
anula, ni funciona ya como recurso litúrgico, para alimentar el espíritu y
oxigenar las ideas. Se siente completamente abrumado por las preocupaciones. El
destino de Cuba, parece incierto, aunque alberga la esperanza de que “a campo
libre, la revolución entraría, naturalmente, por su unidad de alma, en las
formas que asegurarían y acelerarían su triunfo”.
No llegó a ver
la revolución unida. Sin su ayudante Ramón Garriga, y acompañado de un joven
bisoño, montando un corcel blanco y
brioso, murió asesinado, según
versiones mambisas, por balas españolas, en circunstancias aún no aclaradas por
la historia. Era domingo, y 19 de mayo. Temía a la oscuridad y salió a buscar luz.
Fuente consultada: Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos,
Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964,
pp.234-243.
Por Arnoldo Fernández Verdecia.arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Antonio Maceo Grajales nace el 14 de junio de 1845 en Santiago de Cuba.Alguien
con mucha justicia lo llamó nuestro dios de la guerra; lo cierto es que este
hombre, de tamaño descomunal y peso considerable, era sumamente varonil para el
bello sexo; en verdad conseguía las mujeres que quería, entre ellas recuerdo a La Generala, Amelia, en fin,
unas cuantas dichosas que fueron felices al ser amadas por Antonio Maceo, todo
un mito sexual para cubanos y cubanas; no por gusto el hijo de esta tierra al
reconocer la valentía de alguien dice: TIENE MÁS COJONES QUE ANTONIO MACEO. Por todas las razones aludidas quiero proponer un acercamiento a la canonización popular del héroe en la historiografía cubana.
Sin temor a equivocarme, cualquier cubano de adentro o fuera de la Isla, sabe quien es Antonio Maceo Grajales, el Titán de Bronce. Sobre la representación popular de este héroe mítico de la historia de Cuba propongo un breve acercamiento.
La figura de Antonio Maceo ha sido construida por el discurso popular de diversas maneras. Una de ellas lo simboliza como el hombre que representa la fuerza; la segunda lo emblematiza como una especie de símbolo sexual dado su tamaño físico y atractivos varoniles; la tercera lo identifica como uno de los titanes de la mitología épica cubana. Analicemos en detalle cada una de ellas.
El hecho de considerarlo el hombre que representa la fuerza, nuestro Hércules pudiéramos afirmar, tiene sobradas razones, las mismas aparecen en la literatura de campaña de diversas maneras, manejaba el machete con temeridad, fue herido unas 26 veces, era casi invencible para las tropas españolas; en fin, su fortaleza era su arma principal. Quizás por las razones apuntadas hasta aquí tenga valor la construcción popular que dice: “Tenía más cojones que Maceo”*.
Considerarlo una especie de símbolo sexual, por sus atractivos varoniles, tiene sus fundamentos en las diferentes biografías que se han escrito sobre su personalidad. Fue sin dudas un hombre astuto en asuntos de mujeres y en su haber aparecen varios nombres que lo amaron apasionadamente, entre ellas, “La Generala”**, Amelia Meriach, entre muchas otras. Pesaba unas 212 libras, media más de dos metros, era mulato y tenía una buena ilustración. Qué más necesitaba para ser admirado y amado por el bello sexo, proclive a estos mitos del trópico.
Y una tercera, que lo señala como uno de los titanes de la mitología épica cubana. La misma tiene gran valor identitario, pues las guerras por la independencia de Cuba no pueden imaginarse sin la presencia de este guerrero. El tribuno Manuel Sanguily apeló a este símil histórico para inmortalizarlo en el recuerdo de nuestras gestas libertarias. Quizás ello obedezca al hecho de que Antonio Maceo tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo.
Sin temor a equivocarme, el pueblo prefiere reconocerlo como el Titán de Bronce, el de la fuerza en el brazo, el caudillo que llamó a la guerra a los orientales para salvar a la revolución del 95, el hombre que representa la virilidad, su mejor prototipo ante lo universal y lo popular.
*Frase popular que compara la valentía de un hombre con la de Antonio Maceo, evocando los genitales de este último.
**José L. Franco en Antonio Maceo, apuntes para su vida (1975) dice sobre el asunto: “Cerca, a poco menos de cincuenta metros de distancia [de la casa de Luperón], vivía María Filomena Martínez, a la que, por causa de las frecuentes visitas que le hacía el líder cubano llaman La Generala. Mujer apasionada y valiente, de belleza singular, que denunciaba la mezcla de los antepasados indios, negros y españoles, ejerció una gran atracción sobre Maceo.
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