Slavoj Zizek. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
El sábado cuando ya pasaban las
doce del mediodía llegó un viejo amigo a casa. Venía a buscar a Slavoj Zizek; antes habíamos conversado sobre este
filósofo y mis palabras lo habían
cautivado completamente. El almuerzo me esperaba, pero mi amigo montó el potro de
las palabras y se lanzó a galope, quería adelantos de mis lecturas, por qué
libro comenzar, así que “El acoso de las fantasías” lo serví a la mesa. Frijoles, arroz blanco y ñame, debían esperar. Hablé del mundo de Lacan,
de las máscaras que en todo momento asechan sobre nosotros; me explayé en el tema de los espacios diseñados para la
mierda, por alemanes, ingleses, franceses
y el tipo de filosofía oculta en cada uno de ellos. Hable de sistema y
resistencia; de las normativas programadas para ejercer la dominación y las formas
construidas por los hombres para sobrevivirlo; incluso del juego de
máscaras; mostrarse en los deseos del poder y en verdad ser otro en lo
simbólico. Hablé sobre límites
y resistencias en poderes totalitarios como el de Stalin, donde éste era infalible, no se equivocaba, las
encuestas favorecían el consenso en
torno a su figura; sin embargo, en lo profundo del subconsciente, las
personas ponían distancia
porque en esencia era demasiada la presión y en algún lugar había que instaurar
el reino de la libertad, así que nada mejor que el subconsciente, la libido, la
anarquía del sujeto en lo moral; en cada uno podía ocurrir todo, menos la
persecución de las ideologías políticas,
aunque no dejaban de estar presentes. Mi amigo quería leer a Zizek, pero me dijo en un arranque
socrático, “¿qué hacer con un saber así
en el mundo real? La sociedad es cada vez más de los privilegiados, de las
élites económicas, de los que mandan. Somos los últimos arcanos de un mundo sano. Aprender a Zizek es ser incendiario; entonces, mejor Zizek guardado en la cabeza,
que al descubierto; aunque de vez en cuando hay ser como Zizek, para que no
olviden los mandones que tenemos algo llamado poder simbólico”. Me abrazó y
salió a la calle. Destrozado su espíritu por la dolencia incurable de un
hermano; me pedía resistir, resistir, pero no ser comemierda: “personas como
nosotros, dijo, creemos en los libros; cuando en verdad a casi nadie importan. Es un pequeño goce. Hermano, abra los ojos, ya
eso es un mundo perdido”. Lo vi alejarse y sentí profunda pena por "nosotros",
una generación que puso todo el futuro en los libros, en filósofos como Zizek. (Clic aquí para descargar sus mejores libros)
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