Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Era el mosquetero preferido de niños y abuelos. Ninguno como él para llenar el hambre que agujereaba sus estómagos. Ahora duele verlo llegar, vestido con harapos, tiznado, sin ese aceite de girasoles tan vital para su piel. Cada día empeora, parece una enfermedad sin cura. Niños y abuelos preguntan por su salud, no comprenden cómo es posible no ayudarlo a vivir con la dignidad que siempre tuvo. El mosquetero languidece en un agrio colosal y un azul morboso. Su olor provoca vómitos. Todos los días sale de La Gran Vía, peor. La gente huye cuando lo ven acercarse. Dicen los mensajeros del polvo que cualquier día morirá, porque le es imposible vivir sin la vergüenza de antaño. Ya no es el mosquetero alegre que abuelos y niños comían mojado en café con leche. Ahora ha sido degradado por los mercaderes de la noche.
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