Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Manolo casi no durmió. Adrianita tampoco. Es inmensa la felicidad asomada a sus ojillos traviesos. Un hecho hermoso los tiene embriagados de alegría.
La Noche Buena les trajo regalos inolvidables: un carrito de control remoto, felpas de muchos colores y confituras.
Manolo se fue a la cama con el carrito, el olor de la baquelita es divino. En la madrugada no pudo más, saltó del lecho y se puso a jugar en la sala. Así lo sorprendió el amanecer.
Adrianita es un planeta. Por su cabello desfilaron todos los colores del universo. Sintió que vivir es una fiesta, que a veces llega un rey mago y con su varita mágica hace los sueños.
Con el despertar del día fui a felicitarlos, abrazarlos. Me obsequiaron caramelos. La felicidad como una liebre aparecía en cada uno de sus gestos.
Pensé en los niños que nacieron de 1990 para acá y asomaron lágrimas en mis ojos. Las palabras de mi profesora Rosa C Espinosa Rodriguez llegaron con energía: "los juguetes son la comida del alma infantil". La mayoría de los peques cubanos no saben lo que es un juguete, una confitura, quizás por eso crecen tan rápido y hablan y se comportan como adultos.
Gracias a un rey mago del barrio, que ahora vive en el país de Santa Claus, Manolo y Adrianita son muy felices.
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