Por Arnoldo Fernández V.
Seis veces pasó frente a casa. Su pregón es desesperado, muy desesperado. Seis veces en el mismo día. Tres durante la mañana y tres en la tarde.
Muy pocos compran, por eso el pregón es un lamento, un lamento que casi nadie escucha porque hogares adentro el lamento es ensordecedor.
"¡Hay quimbombó! ¡Hay quimbombó, vecino!"
Lo escucho y un vacío asoma en mi estómago, un vacío parecido al ancla de un viejo barco.
Aquel hombrecito necesita oídos sensibles, oídos que compren su quimbombó, pero nadie sale.
"¡Hay quimbombó! ¡Hay quimbombó, vecino!"
Cierro los ojos y me parece verlo en un aula impartiendo clases de matemáticas allá por los 80 del siglo pasado.
Es él, estoy casi seguro que es él, pero no importa su identidad, importa que muchos hacen lo mismo y muy poca gente escucha sus lamentos para ganarse unos quilitos.
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