![]() |
“San Chávez de Sabaneta”, pudiera decirse, aunque también pudiera afirmarse: “San Chávez de Nuestra América”, el “Redentor de los pies descalzos”. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Un primer elemento es el relacionado con la infancia de Chávez, nacido en casa forrada con tablas y piso de tierra, marcado por una ruralidad carente de recursos, por eso ayuda en lo que puede a la familia, de ahí que se llame a sí mismo “arañero de Sabaneta”, su tierra natal.
Otro argumento es la devoción apegada al catolicismo. Su oratoria siempre estuvo acompañada de alusiones, giros, frases, peroraciones, tomadas del imaginario religioso, que él, magistralmente, sabía colocar donde hacía falta, para que el pueblo, en sus estratos más humildes, pudiera comprender el alcance de su mensaje y los objetivos que perseguía. No rehuía tampoco, en la escena pública el uso de atributos católicos, así lo hacía en el seguido programa Aló presidente, uno de los más esperados por la audiencia venezolana y latinoamericana.
Los usos de la historia condimentaron su retórica, la hicieron vigorosa, pues cada vez que acudía a ella, sabía porque lo hacía y los efectos que perseguía. Bolívar fue su mayor pasión, aunque Miranda, Sucre y toda una constelación de próceres latinoamericanos no faltaron en su piezas oratorias.
La devoción por escuchar la palabra de Chávez también ungió su prédica revolucionaria de fuertes elementos simbólicos, oírlo provocaba un raro placer; personas semianalfabetas lo entendían perfectamente, sin verse obligado, como estadista, a extenderse en largas explicaciones. La palabra de Chávez tenía efectos milagrosos, pues movilizaba a las masas y le impregnaba una energía sólida para lograr cada propósito revolucionario.
Pero este hombre también tenía el don de la música, la lectura, el deporte, en fin, integraba todo eso que José Martí llamara “alma americana”, que piensa y siente con el corazón. Él puso oído en tierra y universalizó canciones de Alí Primera, así la ruralidad venezolana se hizo más universal, y hoy es difícil no asociar a Chávez con esas letras que animaron la revolución bolivariana.
En el imaginario épico latinoamericano encuentro dos referentes que tuvieron similar fertilidad para convertirse en símbolos sagrados: José Martí, llamado por los humildes, apóstol de las libertades de Cuba, el hombre que integró en su prédica los atributos del catolicismo y llegó a decir, días antes de morir, que por la causa de Cuba era capaz de dejarse clavar en la cruz. No por gusto también fue llamado Mesías, Sanador, Milagroso, Maestro. Ernesto Guevara (Che), es el otro. Su beatificación comienza cuando llega la imagen bajando del cielo atado a los pies de un helicóptero del ejército boliviano, según algunos, con los ojos abiertos. En ese momento germinal, el pueblo, en lo profundo de su religiosidad, pareció ver un mensaje extraterrenal, la encarnación de Jesucristo en la tierra. San Ernesto nace en La Higuera y toma el nombre -La Higuera- del poblado boliviano donde muere asesinado el 9 de octubre de 1967 tras su intento de generar un foco rebelde en la nación andina que se expandiera al resto de Latinoamérica. Hay gente que lo toma por un santo, hasta le llevan flores. Le tienen fe y quieren que el alma del Che se les aparezca, 'San Ernesto de La Higuera', Santo de Valle Grande, el Jesucristo de los humildes!
Mirado así, no debe temerse a aceptar la entrada de Hugo Chávez al imaginario latinoamericano como redentor de los más necesitados, como santo de América Latina, como el Cristo que resucita en la revolución continental y llega hasta cada casa de la gente de a pie y los libera y echa a andar, para que hagan realidad sus sueños y puedan emanciparse de las cadenas de un capitalismo salvaje que nunca los tuvo en cuenta. “San Chávez de Sabaneta”, pudiera decirse, aunque también pudiera afirmarse: “San Chávez de Nuestra América”, el “Redentor de los pies descalzos”.