Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Nunca he odiado a nadie, ni a mis enemigos, ni a los que me han hecho algún mal.
Hay momentos en en que deseo alejarme, lo más lejos posible, de la estupidez humana, de sus ambiciones.
No discrimino a nadie por sus ideas políticas, mucho menos por su sexo, ideas religiosas, económicas...
Creo en la diversidad que moviliza contradicciones y empuja a estados nacientes del ser humano.
Rechazo el odio de clases. No milito en ningún partido, ni secta religiosa, ni excomulgo de mis afectos a los que lo hacen.
Un país necesita aceptar sus contradicciones, para desatar los nudos que lastran el albedrío de sus hijos. De esas posiciones encontradas, vendrá una mejor sociedad.
Vivir bajo la tiranía de una idea, una fe, una visión excluyente de la diferencia, va contra la naturaleza humana, necesitada siempre de asociarse con sus semejantes para creer, fundar, hacer.
Ya no aspiro a militar en organizaciones iluminadas, ni vanguardismos de ningún tipo, tampoco estoy en contra de los que creen en eso. Es su derecho. El mío, también.
Aspiro a un 2023 donde prime el respeto a la individualidad, donde la verdad consiga oídos honestos para ser escuchada, y se gobierne apelando a ella como mandato supremo de la dignidad.
Yo milito en el bando del amor, donde nos encontramos aquellos que creemos que cada ser humano tiene un don, una virtud, una experiencia que aportar al mejoramiento ético de los otros. Urge crear el partido del amor.
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