Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Nos creíamos seguros dentro de casa, en la calle, en cualquier lugar de este país. Era una conquista que parecía lograda, sin embargo, en los años recientes, una oleada de robos, asesinatos, estafas..., hace añicos la tranquilidad ciudadana y pone en peligro el mas importante de los derechos, el de la vida.
Lo sucedido en Matanzas llega profundo, duele, molesta, sentimos que la justicia es demasiado corta para juzgar el delito. Un niño, una mujer, un hombre, la clásica familia atacada por lo más oscuro. Quitarles la vida. No hay perdón, ni en el cielo, ni en la tierra, para un hecho así.
Pensar que un día te levantas y están ahí, no puedes defenderte con energía, porque luego la ley te sanciona; en esos segundos de duda, te matan y se llevan lo que con esfuerzo compraste o te legaron tús ancestros. Pensar que un día sales de casa y al regreso, al abrir la puerta, la muerte puede esperarte escondida en lo que siempre creíste tu mejor refugio. Pensar que un día, por necesidad, debes viajar y al regreso encuentras la casa saqueada y nadie vio, ni sintió nada. Pensar que por un teléfono, una motorina, un auto, cualquier cosa de valor, alguien puede asesinarte, para luego lucrar con ellas.
País mío, país, vas cuesta abajo, la tormenta no cesa. Urge devolver la decencia al cuerpo social, urge que la justicia no tenga bando, urge que tengamos seguridad al cerrar los ojos cada noche, urge que la burocracia y sus cómplices sean identificados, condenados, porque hasta para comprar un sello de correos uno pasa trabajo. Urge que la seguridad ciudadana no se vulnere más por tanta gente villana que ha florecido como mala hierba.
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