Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Con una ingenuidad colosal, algunos creímos que el socialismo de estado, en su versión cubana, admite críticas para corregir desviaciones, errores, o elementos que merecen valoraciones para iluminar nuevos senderos de “creación heroica”.
Algunos caímos en la trampa de hacerlo sin parapeto alguno, e intentamos cruzar argumentos, no antagónicos, con la vanguardia política, que en su fuero interno y externo, es la elegida, por encima de la propia Constitución, para dictaminar si es bienvenido el cuestionamiento o no, incluso penalizarlo.
La realidad nos hizo despertar.
De ser en verdad una vanguardia en su sentido mayúsculo, como postulan serlo, debieran militar en ella los más iluminados, capaces de promover zonas de debate plurales, diversos, sobre los problemas que aquejan el ideal y sus modos de llevarlo a la práctica en beneficio del pueblo y no en su detrimento.
Los que se atreven a polemizar con esa vanguardia, desde criterios no antagónicos, son colocados bajo sospecha, y ella misma se encarga de socializar en su militancia, parametraciones excluyentes, sobre la base de códigos binarios, entre los que sobresalen: comunistas-anticomunistas, revolucionarios-contrarrevolucionarios, leales-traidores, independentistas-anexionistas, centristas-reformistas, ateos-creyentes, patriotas-mercenarios...
Es imposible no ser colocado en alguna de esas binariedades, sino se asume el vocabulario hegemónico que comunican medios de esa llamada vanguardia iluminada. Sólo ellos aparecen ante el pueblo como únicos depositarios de la verdad. Todo lo que no fluya por los canales de socialización instrumentados por ella, es etiquetado de modo peyorativo, excluyente y penalizado por la ley.
Estamos en presencia de la construcción de una hegemonía, capaz ya de cualquier estrategia, con tal de lograr sus propósitos de dominación sobre sus audiencias. No importa el costo, ni la forma; lo importante es imponer un discurso y que en nombre del mismo, el sistema funcione de arriba a abajo, y de abajo a arriba, sin atasco de su eje principal.
Esa hegemonía tiene sus parientes en provincias y municipios, que reproducen la estrategia y los modos de concretarla a cualquier precio, aunque tengan que manipular excesivamente, para mostrar una realidad normal, donde los que critican, o no comparten las políticas del gobierno, son la minoría, seres hipercríticos que no deben tenerse en cuenta, porque no expresan ningún consenso.
Salirse de esas binariedades e intentar ser coherente desde una crítica social no antagónica con el sistema y su vanguardia iluminada, es prácticamente imposible en las condiciones del socialismo cubano, pues el mismo cerró toda posibilidad a la democratización de las opiniones, la participación y colocó el destino del Estado, en una élite política dueña de toda la verdad que el pueblo necesita saber.
En una democracia así, anclada en unas binariedades que desautorizan la voz del contrario, la difaman, heretizan, no es posible un socialismo libertario porque: "...socialismo y democracia deben llegar a ser una unidad; de lo contrario, no habrá socialismo". (Zagorka Goluvic: Criterios, La Habana, no 42, 15 de mayo de 2013)
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