sábado, 24 de diciembre de 2011

ORDEN DEL DIA. Otro punto en la escritura

A menudo leemos libros de poesía donde nos muerde ese vacío de las palabras, ese simulacro de la belleza que no conmueve, que no amarga, y que por tanto no es belleza, sino silencio acumulable.

Por Eduard Encina
(Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

Uno

Desde ese espacio en que concurre el azar, bien pudo ser el calambre cotidiano, una asamblea de nagües, unas palabras de más, desde ese espacio, repito; aparece el racimo de poemas con que nos asusta y dice que él no entiende por qué no llegan a estar en una voluntaria suspensión de la incredulidad, ni en una sustancia alada y sagrada y mucho menos en asuntos destilados y concentrados que un tal T. S. Eliot nos exigía para encontrar un verdadero poema. Así que se rasgó el racimo de poemas y se fue tarde adentro sabrá Dios dónde.

Dos
Cosa rara, me dice El Puro* y yo no entiendo. ¿Un negro que escribe poesía? Ah, un poeta exótico. Entiendo.

* Jorge L. Legrá

Tres
Desde entonces le viene lo del lenguaje, ese lazo que hoy me empuja a presentarles el Orden del Día, de Domingo González Castañeda. ¿ De dónde salen estos poemas escritos como a retazos, con un asma dolorosa y final?. Por ahí pudieran sumergirse las primeras degustaciones del libro, en el aliento humanizante en que trasciende lo cotidiano y se (nos) fragmenta, para dotar de otro sentido las mismas palabras con que nombramos el perro y la casa:

No busques una puerta/ sin tener el pan/ lumbre que te ciega/ si tras los goznes/ no quedan oportunidades/ ¿no lo ves?/ tu imagen se desdibuja/ sólo queda el torpe silencio.

La noción de futuridad se anula y el poeta se aferra al lenguaje para subvertir el “Orden”, para deconstruirlo ante la realidad que lo abisma hacia la imprescindible postulación de una eticidad, que se hace a su vez coraza en el poder de la escritura. Nuevamente el hombre y el contexto, el Ser en el ser queriéndose alzar con otra pregunta: Qué hay que hacer con esta mitad de la cara/ donde todos escriben su dolor. Y más adelante en un primer plano focaliza un sujeto lírico con mayor pertenencia: Dónde está la otra mitad de mi cara/ el rostro que he perdido en la profundidad/ para ver y nombrar las cosas. Esta referencia a Eliseo Diego no implica alguna deuda explícita, al menos visible, con la poética del autor de “En la Calzada de Jesús del Monte”, resonancias que sí podemos percibir en la conformación de una teología Rilkeniana, en los balanceos metafóricos de Lezama, y más marcados aún, los senderos malditos de Rimbaud y Ángel Escobar, que se iluminan en versos como estos: Me pierdo en la punta de una aguja/ caeré en el ojo profundo de la espera y en otro poema donde confiesa que: han arrastrado hasta el suplicio/ a un tal Ángel Escobar que deja una marca en mi rostro.

Cuatro
Hay en el poemario ciertas zonas donde se revelan algunos elementos que han conformado una poética por acumulación, es decir, aquellos fragmentos que se dispersan en cada poema, concurren en una unidad conceptual. Los símbolos, las palabras se sacuden cualquier atadura y se dotan de un saber que parece pertenecerles solamente en ese instante en que las leemos y como a Borges nos azota el impacto de la belleza.

Orden del Día es un cuaderno vertical, donde la escritura es resistencia, asidero donde escurrirse el agua turbia de los días en que el poeta prefiere no contaminarse y buscar la salida, respiraderos para la sangre y el deseo, para ir del vino a la calle y de la calle a otra dimensión. ¿ Cuál es la otra dimensión sino la propia poesía que oficia de tabla de náufrago y lo salva de la miseria humana, o al menos, de que esa miseria lo convierta en miserable?. Entonces encontramos un puente, una puerta, que nos anuncian otra profundidad de sentido. Domingo González sabe que el poeta vino a dejar testimonio, aunque a veces no se explique: ¿hacia dónde vamos? Ó ¿quienes somos ahora?.....a quién le pediré una venda para cruzar el puente... quién me sostendrá los ojos/ quién por mí quién al madero va

El poemario dividido en tres secciones, Orden de Día, La otra canción del vidente y Desnudo sobre la Isla, mantiene un discurso sostenido que logra acentuar una voz reconocible y lúcida, donde asoma una conciencia del acto de la escritura, por el que discurren los miedos y las incertidumbres del poeta, su condición de animal de isla, o mas bien diría, el hombre como isla, hacia las profundidades de lo desconocido que lo habita, pero que aún no logra definir o revelar:
La ventana del vecino será el mar/ y no podrás doblarte en pez/ y no podrás ahogarlo en esa multitud/ que escondes.

Cinco
(Pág. 28)
Por ahí se define Orden del Día, toma carne frente al espejo, atiza la muerte para escapar de esa imagen que redunda, antes que se le despierten los ángeles más turbios. A menudo leemos libros de poesía donde nos muerde ese vacío de las palabras, ese simulacro de la belleza que no conmueve, que no amarga, y que por tanto no es belleza, sino silencio acumulable. Sin embargo, asistimos a un texto que promete levantar sospechas, o al menos removernos esas rabias que ocultamos o aquellos derrumbes por donde se nos descuelga lo cotidiano, lo que aun podemos salvar.

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