Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
De regreso a casa una imagen desoladora me
hizo llevarme las manos a la cabeza: un viejo can, ciego y delgado, casi era
aplastado por las gomas de un camión, que a pesar de saberlo ahí, siguió
tranquilamente como si quisiera asesinarlo.
El perro, movido por sus reflejos, en el
último minuto, logró evadir la rueda, pero de todas formas fue impactado de
refilón en su cabeza; quedó aturdido, sin saber adónde ir, qué hacer, entonces
su deambular se hizo muy triste. Quizás buscaba una mano amiga, alguna palabra que
le recordara a sus antiguos amos, pero
tenía ante sí una oscuridad espantosa.
Al bajar mis manos de la cabeza, evité
mirar atrás, no quería sentir el dolor de aquel animal en sus últimas horas;
seguí mi camino. No volví a pensar en él, hasta que hoy en la mañana lo volví a
encontrar en el portal de una casa muy vieja; allí estaba, sin fuerzas,
esperando un plato de comida, un poco de agua; alguien dijo “no quiero más
perros” y lo tomó por el lomo y lo tiró lejos. Un nudo en la garganta se posicionó
de mí, nuevamente la misma escena de dolor, hablaba de la soledad y sus
consecuencias.
Pensar que en muchos lugares del mundo los
animales tienen refugios; allí viven sus últimos días; no le falta comida,
cariño y algunos tienen hasta la suerte
de ser adoptados y formar parte de una familia; aquí; una brigada de
“cazadores” del zoológico los persigue para convertirlos en carne de leones.
Hoy quise mirar al perro viejo, pasarle la
mano, pero un dolor infinito no me dejó
hacerlo. En mi cabeza revoloteaba una metáfora sobre el destino de muchas
personas de la tercera edad.
El pragmatismo se está empoderando de nuestra sociedad por la influencia de la "cultura enlatada" Made in USA... Y EL PÉSIMO TRABAJO POLÍTICO-IDEOLÓGICO EN LA BASE.
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