sábado, 24 de junio de 2017

Pepín, el amolador de tijeras




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Llegué hasta su casa muy cerca del río Contramaestre en un lugar llamado La Esperanza, aunque conocido popularmente con el carismático Congrí, gracias a la mezcla de pueblos que fueron llegando al Central América en la primera mitad del siglo XX en busca de empleos.

También él se vio enrolado en la naciente empresa azucarera, primero en el corte de caña;  luego aprendió y ejerció todos los oficios en la industria del dulce. Para que se tenga una idea,  fue hasta estibador, debía  mover en cada turno de trabajo de ochocientos a mil sacos de azúcar, por muy poco dinero. En el tiempo muerto se iba para la Sierra Maestra a recoger café, aserraba madera, era arriero, hacía todo tipo de labor.

En el patio de su casa, hecha con ayuda generosa de la revolución,  todavía puede verse la huella de un antiguo barracón de esclavos africanos.  Me muestra donde estuvo e incluso habla de los objetos encontrados.

Por su manera de conversar aprecio que ha leído mucho, me dice que  “lo hacía en la noche, a la luz de un candil”. Quise saber sus   libros favoritos y la sorpresa me visitó cuando dijo: “las obras completas de José Martí, Un hombre de verdad, Las honradas, Las impuras, Mi tío el empleado y Los miserables de Víctor Hugo”. La curiosidad me hizo preguntarle sobre el destino de sus libros, entonces supe que hace algunos años los donó a la biblioteca del consejo popular América Libre. Para este hombre, que ya anda cerca de los 80 años, la lectura es un acto liberador, desarrolla los pensamientos y ayuda a defender los derechos humanos.  Su universidad son los libros, porque nunca fue a ninguna. 

Sin embargo, lo que más ha hecho en la vida es algo añejo, que con su muerte,  corre el riesgo de olvidarse: amolador de tijeras. Quise saber su nombre, luego de un buen rato conversando, así supe algo que lo vincula a su ancestral oficio: 

“A mí me dicen Pepín, pero me llamo José Leandro Rodríguez Marín; ni mis nietos saben mi nombre. Aquí en el Congrí todo el mundo me conoce por Pepín, el amolador de tijeras”. 
 
Sobre la historia de aquel objeto, de madera preciosa, pero con la huella de los tiempos muy visible, pedí a Pepín los detalles necesarios para saber su origen. 

“Antes de existir la Revolución industrial, todo era manual; la máquina era un equipo fundamental para el trabajo de los artesanos.   

“Europa fue la región del mundo donde se inventó la máquina amoladora. Llegó a Cuba con las migraciones gallegas. Se obtenía un buen salario  trabajando esta máquina, porque todo lo que debía amolarse se hacía con ella. 

“Los amoladores se trasladaban de un lugar a otro usando la rueda que tiene delante; es la que multiplica la velocidad de la piedra; pero se quita la reja ubicada detrás y se puede mover como si fuera una bicicleta.

“En Europa el oficio se transmitía de generación en generación;  pero en Cuba los gallegos buscaban un ayudante y lo enseñaban a trabajarla como operario. 
 
La sabiduría de Pepín es contagiosa; uno pasaría la tarde entera conversando. Llegó un café recién colado por su esposa y  quise saber cómo llegó a sus manos la máquina amoladora. 

“Era propiedad de un hermano de mi mamá que murió. Sus hijas no se interesaron porque era un oficio de hombres; así que  hablé con la viuda y la compré para trabajarla. 

Pero usted es descendiente de gallegos y por la historia que me ha narrado aquí, era algo que se enseñaba de generación en generación. ¿Acaso su tío lo preparó para el oficio de amolador de tijeras? 

“Mi tío me enseñó a utilizarla. Gracias a él, yo aprendí a operarla, de alguna manera yo soy el responsable de preservar su legado. 

Tengo una curiosidad: ¿Cómo los vecinos de un barrio sabían que había llegado el amolador de tijeras? 

“El amolador se establecía en una esquina donde hubiera un árbol de  buena sombra. Traía un caramillo, comenzaba a tocarlo y los vecinos sabían que había llegado. Yo lo usé mucho tiempo, hasta que mis nietos lo cogieron para jugar. 

Pepín, la vida en Cuba es muy difícil, todo demasiado caro, la carne, las viandas, las frutas, los vegetales…; en fin,  llevar un plato de comida digno a la mesa cada día  es como un cuento de hadas. ¿Da la cuenta entonces trabajar hoy como amolador de tijeras? 

“Aunque lo pongas en duda, tengo muchos clientes,  porque soy serio con el trabajo y lo hago bien; así que la gente repite siempre conmigo. Uno tiene que tener conocimiento del tipo de material con el que va a trabajar, porque de no saber sus características, puede destruirlo. Tengo una tarifa fija y relativamente baja, cobro $3 por cada cosa que hago. Me busco mis pesos sin moverme de aquí de la casa.  

Su tío pensó en usted, lo enseñó; salvó el legado. ¿Qué pasará con su máquina amoladora cuando Pepín no ande ya por esta vida? 

“Mis hijas nunca quisieron aprender. Mi esposa tampoco. Hasta ahora ninguno de los nietos se ha interesado en aprender el oficio. 

No será mejor que usted cuando no la trabaje o no esté físicamente vivo, deje escrito en un testamento que sea donada por su familia a un museo. 

“No tengo pensado deshacerme de ella en esta vida (aprecio cuando lo dice lágrimas vivas; sus palabras cabalgan despacio, parecen un susurro en medio de un silencio angustioso; casi no se escuchan).  El día que no esté por aquí, mis hijas tendrán la última palabra.   

Paso mis manos sobre la máquina y no puedo evitar preguntarle qué tiempo de vida útil le queda. 

Es roble; cuidándola bien puede durar 50 o 60 años más. 
 
¿Cómo le gustaría a Pepín que lo recordaran? 

“Dicen los muchachos del Congrí  que la única persona honrada que queda en Cuba es el amolador de tijeras Pepín; me gustaría que me recordaran así. 

Al ponerme en pie para retirarme, apareció su esposa con un racimo de guineos y otro de plátanos, cosechados por Pepín en el conuco donde antes hubo esclavos africanos. Los puso en mis manos con tanto cariño, que no pude rechazarlos. Al despedirme, estreché la mano de Pepín, convencido de que había conocido a uno de los hombres más honrados de Cuba.  

11 comentarios:

  1. Estimado, mi abuelo gallego era amolador de tijeras en Bayamo. Antes de que llegara la "gentil" revolución cubana, compró un terreno dentro de la ciudad, construyó una casa que todavía existe y se usa, crió a dos hijos y a tres nietos. Mi abuela era ama de casa. Mi madre era ama de casa. Así que todo lo anterior lo hizo amolando tijeras en la calle. Un día montaba su amolador-bicicleta en el tren y se iba a Santa Rita, Baire, Contramstestre... y amolaba. Como ve, antes de la revolución ese oficio daba... y mucho. Por cierto, lo que tocan los amoladores para avisar de su presencia no es una folamónica, es un caramillo, algo diferente.

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  2. Abrazos Fernández Pequeño, gracias por sus palabras. Mi Caracol se honra al tenerlo aquí. Puse la filarmónica, porque durante la entrevista, el viejo Pepín se refirió a ella y la nombró de manera ambigua: "una especie de filarmónica".....Gracias a su información, corrijo y la nombro en la entrevista como caramillo...Abrazos desde el Contramaestre del Cauto....

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  3. Rosa Maria Dominguez: Es curioso, pero una imagen bien clara en mis recuerdos es la del Amolador de Tijeras y su pitillo/sonido al llegar. Un Señor con palabras mayúsculas, como "Felito" en Maffo, que con su puesto de limpiabotas levantó una familia y era respetado por todos.

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  4. Manuel Carmenate Mendoza Excelente entrevista sobre una persona extraordinaria, mucha salud para el.

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  5. Alexis Mario Cánovas Fabelo: ¿Le llegó a él OBJETIVAMENTE la Revolución?

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  6. Oscar González Concepción: Hombre honrado, honesto y laborioso, así es Pepín.

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  7. Marta Rodriguez: Así mismo un hombre muy bueno y honrado muy trabajador así es pepin

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  8. Roberto del Valle: Waoooooo¡ oficio desaparecido

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  9. Magalis Castro: Linda entrevista

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  10. todos los días visito tu blog.me encanta lo que escribes mis respetos y mucha salud para este señor Pepin saludos


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  11. todos los días visito tu blog.me encanta lo que escribes mis respetos y mucha salud para este señor Pepin saludos


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