Por Arnoldo Fernández Verdecia
Donde quiera reina, es normal decirla, tan normal, que ya es parte de la cotidianidad. La dice el caballo en el establo mayor y su efecto corre de potro en potro, todos agregan su parte, al final, es una mentira tan hermosa, que duele negarla, incluso nadie se atreve a ir contra ella, porque tiene guardianes capaces de cualquier cosa; si te atreves a ver alguna sombra, algo que no la ayude, te consideran enemigo. Merece estatuas, obeliscos, agradecerle, porque es una mentira muy buena, de esas mentiras que sólo llegan una vez en la vida y es de malagradecidos oponerle la verdad. Es una moda, todos quieren aprender a expresarla bien, tanto por vía oral como por escrito, para no defraudar al caballo, a los potros, a los potricos... Ensayan formas rebuscadas al comunicarla. Crean contralorías para evaluarla. Elevan informes con ella. Son muy felices al decirla en una tribuna, en un acto, en una fiesta... Nunca antes la mentira había ganado tanto. Es momento de declarar a la mentira, monumento nacional, porque no es posible avanzar sino es con ella, lo es todo, pasado, presente, futuro, entonces, no queda otro camino que pedirle a la UNESCO valore la posibilidad de considerar la mentira, patrimonio intangible de la nación.
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