Por Arnoldo Fernández.
Mi vecino lleva y recoge niños a la escuela, es su trabajo, vive de eso. Junto a su padre va a cortar hierba en la tarde. Tiene un perro muy bueno, de esos que ven todo y ladran para avisar.
Es una persona muy querida en el barrio, educado en los sagrados valores del trabajo; ayuda a todos con desprendimiento; por muy malo que tenga el día, nunca niega el saludo a nadie.
En las noches casi nunca duerme, permanece durante horas y más horas sobre la placa de su casa, sabe que en un descuido todo puede pasar. De vez en cuando va al río a bañar sus animales, nunca va sólo.
Anoche jugó Argentina y Colombia en la final de la Copa América, casi todas las casas veían el juego, luego la premiación de la albiceleste, mi vecino también la vio.
Mientras eso sucedía unos hombres esperaban el sueño de mi vecino; cuando se fue a la cama, cortaron el candado de la puerta principal de su propiedad, luego hicieron lo mismo con el del establo; su perro no ladró, fueron tan cínicos que usaron las mismas jáquimas porque sabían el lugar de cada cosa.
Aquellos hombres sacaron los caballos por el frente de la casa, los llevaron por una de las calles más céntricas del pueblo, nunca imaginaron que había gente despierta, nunca previeron los gritos de ataja, cógelos, doblaron en la esquina y se perdieron en la madrugada.
Tras su rastro fueron mi vecino y su cuñado. Las mujeres de la casa hicieron la denuncia en la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), enseguida vinieron los peritos, tomaron huellas.
Duelen infinitamente hechos como este, donde vulgares ladrones campean a los cuatro vientos y roban a los humildes “como Pedro por su casa.”
Dios permita y mi vecino recupere los caballos, de no hacerlo, los niños no tendrán transporte en el próximo curso para ir a la escuela; si no los encuentra vivos tendrá que dedicarse a otro trabajo.
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