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Aquellos estafadores, camino a Santiago de Cuba, eran los mismos que veía al iniciarse el Período Especial. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Mi única opción para viajar a Santiago este miércoles fue montar un camión, de los que acá en el oriente de Cuba llamamos pesero. Una mezcla de olores infernales reinaba sobre aquella fiera rodante. A mi cabeza asomaron imágenes asociadas al inicio del Período Especial.
En una breve parada, entronque de Mella, subieron cinco negrazos; se regaron por los cuatro bancos. Uno dijo palabras melodiosas: “¿Dónde está? ¿Dónde está? Mientras más miras, menos ves. Aquí está. Aquí está”. Sus ojos se detuvieron en un viejo de unos 75 años. “Puro, arriesgue suerte. Nadie se meta. Nadie se meta”. Uno de los negros puso $100 sobre el tablero y señaló una de las chapas; al levantarla, allí estaba la bolita; entonces recogió su dinero, más la cantidad ganada por sus “dotes adivinatorias”.
El apostador removía las chapas, el resto de los negrazos buscaba posibles jugadores; todos coincidieron en el viejo, era la única presa disponible, viajaba sin acompañante. Las chapas eran movidas ante los ojos del anciano, una y otra vez giraban de un lado a otro, dejaban ver la bolita. “Ahí está, no la muevas, levántala”. Los apostadores pusieron $200 a la vista de todos. “Nadie se meta. Nadie se meta”, dijeron. El viejo reiteró: “Levántala, voy los $200”.
Alguien cercano vio como aquel atracador escondía bajo una uña la bolita; el señor lagrimeó su error, pero nadie se arriesgó a defenderlo. Los negrazos portaban sendos cuchillos bajo los pulóveres. Cerré los ojos y pensé, aquellos estafadores, camino a Santiago de Cuba, eran los mismos que veía al iniciarse el Período Especial. No lograba explicarme su reaparición en un tiempo futuro.