Por Arnoldo Fernández Verdecia.caracoldeaguaoriente@gmail.com
Un hombre pasea con un portafolio bajo el brazo, sus entradas apenas dejan ver escasos cabellos en la fornida cabeza, pletórica de ideas. Su voz es manantial que descifra misterios a todo el que se le acerca buscando orientación o consejo, para proseguir el largo y empedrado camino de la ciencia pedagógica.
Este escriba, como dijera en memorable frase el doctor en ciencias Homero, de la Cátedra Gran en Santiago de Cuba, se doctoró en ciencias pedagógicas hace unos seis años con una tesis estremecedora: “El tratamiento de las categorías éticas del deber, el amor y la amistad en la obra de José Martí”.
Este hombre de campo, como el mismo se llamara en una ocasión, llegó hasta tierras de Venezuela en viaje de colaboración científica, antes de sacudirse el polvo del camino fue hasta la estatua de Bolívar, un anhelado sueño que desde niño ambicionó. Dicen que la estatua lloraba, pues era uno de esos hombres todo corazón, para quien no hay nada imposible en el alma humana.
Nunca se le ha visto maltratar a nadie con una palabra, un gesto inadecuado o un golpe físico; este señor de espejuelos y mirada pausada es todo ternura y delicadeza. En su vida, servir a los demás es un deber, aunque le ofendan pone al alcance de todos su tridente de luz.
Para muchos, entre los que me incluyo, este hombre es un padrazo, un ser excepcional, que a pesar de los golpes de la vida, sigue fiel a su pasatiempo favorito, leer al más universal de los cubanos, José Martí, y enseñárselo a los demás, en formas llanas y sinceras.
Cuando apenas yo era un joven escuchaba sus palabras arrobado, como si se tratara de un Dios, hoy la suerte me ha permitido contarme entre sus amigos y aprender de esa sabia que me ha hecho mejor persona, en un mundo regido por el dinero y las miserias humanas. Me enseñó a ser martiano, que más que una consigna, es una condición indispensable de la cubanía.
Luis Enrique Jerez Domínguez es el ser especial que ha motivado esta crónica, con sabor a café carretero, cosechado en las montañas de Matías, sitio intrincado del Tercer Frente Oriental en Santiago de Cuba, lugar donde vino al mundo y se formó con todos los ingredientes especiales del guajiro, que salió al llano y se hizo maestro, es decir creador.
Con tus palabras a las cuales le doy todo el credito que merecen , me uno a la admiracion de este gran ser humano. Que Dios le conceda la dicha de sobrevivir a su enfermedad y nos de muchos mas de su sabiduria . Por su apellido se que de alguna manera llega a mi familia y por eso mucho mas me uno a pedir por su salud. Mi abrazo y respeto
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