Por Orlando Concepción Pérez. Poeta y narrador.
La década final del siglo XX la enfrentó Cuba en condiciones semejantes a una nación pequeña, geográficamente azotada por un tsunami que la estremeció en sus cimientos económicos y sociales.
Sus principales socios económicos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Cuba perdió el setenta y cinco por ciento de sus fuentes de importación y exportación. Para cualquier otro país del llamado “tercer mundo” pudo haber significado un fuera de combate pugilístico, pero la Patria de Martí se irguió con más firmeza que la que siempre tenía demostrada. En el poblado de Contramaestre, cabecera del municipio del mismo nombre, se produjo un hecho artístico, cultural, literario, capaz de asombrar a muchos.
En el año 1996, el 16 de marzo, entró en circulación un librito de pequeño formato, con nueve centímetros de alto por ocho de largo, cubierta de cartulina, décimas para niños, del poeta Arturo Frómeta Matos, con el título de “El canto de la cigarra”, colección “Meñique”, de la inspirada UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) de la localidad, apoyada por el narrador Abel Prieto Jiménez, presidente nacional de la organización de la vanguardia artística cubana. Abel valoró que para los promotores literarios de Contramaestre no existía tiempo malo ni cabía el desánimo.
Cinco poemas octosílabos, con los títulos de “El hueco de mi guitarra”, “La montaña me ama”, “La “toilette” de la luna”, “La rana soprano” y “El húmedo tren”, pusieron de manifiesto el empeño vencedor.
El minilibro contó con la edición del único miembro de la UNEAC en aquel momento crucial del territorio, Orlando Concepción, y la corrección corrió a cargo de la poetisa y narradora Ania Álvarez Enamorado. La tirada reducida fue de cien ejemplares, impresos en la Imprenta “El Modelo” del mismo Contramaestre.
De los destinatarios del librito nacido en circunstancias asombrosas, el más elocuente testimonio y estimulante reseña, brotó del crítico cinematográfico Rolando Pérez Betancourt, publicado en el periódico “Granma”, que no ocultó la impresión recibida al observar el optimismo reinante en el seno intelectual de una ciudad no capitalina.
La edición y circulación de “El canto de la cigarra”conto con el respaldo financiero y moral de quien en la época fungía como Director de Cultura en el municipio, un Ramiro que transitaba mucho más que en la “Vía” de los “montes”.
A partir de 1995, surgimiento de una especie de órgano de base de la UNEAC, compuesto por cuatro Miembros residentes en Palma Soriano y uno en Contramaestre.
El tradicional lema de “A mal tiempo buena cara”, irradió desde lo que algunas figuras del occidente del país califican despectivamente como “el interior del país”.
Bien lo señalan las dos redondillas iniciales de “El hueco de mi guitarra”: “Al hueco de mi guitarra/ quiere venir a morar, / para conmigo cantar/ una coqueta cigarra”, y, también, “Al hueco de mi guitarra”/han venido cien gorriones/ y los chiquillos mirones, / sentados en una barra”.
Mientras la cigarra cantaba, los seres humanos se empinaban sobre la convicción de que no era el tiempo de ceremonias ni de lamentaciones, y se hacía necesario cumplir la sentencia martiana de que “Cuando hay mucho que hacer hay que cuidarse de no hacer mucho.” (Obras.Completas. 28:131).
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