Por Orlando Concepción Pérez.(Escritor)
Frente a esas expresiones de devoción se me hacía difícil traducir el lenguaje humano. |
Fue en aquellos días, más luminosos que tristes, del recién nacido siglo XXI, entre las múltiples y variadas actividades mezcladas con la convocatoria del Frente de Afirmación Hispanista de México y de su presidente, el intelectual Fredo Arias de la Canal, que por vez primera tuve la suerte y el honor de acercarme a la efigie del célebre cabeza principal del cuarteto de artistas ingleses de Liverpool, John Lennon, vanguardista de Los Beatles, en uno de los parques habaneros.
Fue conmovedor el encuentro con una figura mitológica de la cancionística internacional, que mentes retrógradas fueron incapaces de comprender en su momento histórico, en el interior de la Patria de José Martí. Las canciones de Lennon en particular, y de los Beatles en general, se habían transformado en antídotos contra todas las mediocridades habidas y por haber.
Vi parejas de enamorados sentarse al lado de la escultórica figura de Lennon, en uno de los bancos de aquel parquecito habanero, y permitir que por sus mejillas sensibles e ilusionadas rodaran las humedades de la ternura. Como si quisieran que Lennon compartiera con ellos los más profundos sentimientos del amor, acariciaban su rostro inmóvil.
Desde su “Imagine”, John Lennon lanzaba su invitación a la humanidad, en el empeño por imaginar al planeta tierra libre de cuantas calamidades se han sembrado en el mismo, a nombre de la libertad, la paz, la democracia y otros valores inexistentes o escasos.
Supe de elementos inescrupulosos, amigos de apropiarse de lo ajeno, que pretendieron suplir su ceguera física y mental robando los espejuelos que un artista agradecido colocó sobre los ojos de Lennon. Forma inhumana de querer mostrar un sentimiento de propiedad convertido en delito.
Aquella mañana del 8 de diciembre fue posible presenciar verdaderas muestras de evidente admiración hacia el pasado, presente y futuro del astro de Liverpool. Muchachas que besaban las mejillas de la figura, con la misma suavidad con que lo hacían a sus parejas. Muchachos que parecían decirle en voz baja a Lennon, ¡cuánta gratitud atesoran hacia él, en los más recónditos puertos de la humanidad!.
Frente a esas expresiones de devoción, se me hacía difícil traducir al lenguaje humano las manifestaciones estercoleras del odio, que en un tiempo, felizmente pasado, llevaron a cubanos de alguna inmerecida posición oficial, a tender el cerco de ese cáncer denominado “censura”, a la obra sin igual de el inmortal grupo Los Beatles. Pretender silenciar la voz de John Lennon fue uno de esos crímenes contra el arte y la cultura que, de seguro, nadie osa ahora acreditarse.
Las heridas profundas que abre el puñal de la censura en cualquiera de sus manifestaciones negativas, no cicatrizan jamás. Eso lo saben muy bien aquellos reaccionarios que acuden a un arma tipológica de las peores mentes regresivas. Las tenazas del odio anti martiano permanecen unidas a las heridas no cicatrizables.
John Lennon está por encima de todas las virtudes que pronostican la realidad de que “un mundo mejor es posible”. ¡Gloria, John Lennon!.
¡Claro que un mundo mejor es posible !....Este articulo tiene mucha " sustancia ", por lo que sería conveniente que fuese difundido a otras instancias del pais ¿ no creis ?
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