sábado, 24 de diciembre de 2011

LA IRA DE CONCEPCIÓN. Un cuaderno nuevo

¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí? En alguna parte leí que en el frontispicio del Templo de Delfos una inscripción exhortaba “noscete ip sum” y por esas confluencias pude descifrar algunas de las claves por donde discurre este poeta nacido en el Central América Libre por 1932.

Por Eduard Encina Ramírez. (Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

Mientras me sumergía por enésima vez en El Horno de la Ira, este Cuaderno de Décimas con que hoy nos amenaza Orlando Concepción, desde la grabadora Silvio parecía compartir esos atisbos de lucidez por los que a veces me empujan algunos libros cuando oía su guitarra que (se) ó (me) preguntaba ¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí? En alguna parte leí que en el frontispicio del Templo de Delfos una inscripción exhortaba “noscete ip sum” y por esas confluencias pude descifrar algunas de las claves por donde discurre este poeta nacido en el Central América Libre por 1932. Hace poco le oí decir “tú no entiendes Eduard, las palabras son nuestra militancia”, miré sus ojos pequeños y oraculares, no dije nada, algo había descubierto pero aún no revelaba el sentido, hasta que caí en el Horno como símbolo, con un algo que caracterizó el aliento finisecular ¿A qué vendrían sino, por citar dos ejemplos, libros como el de Fernando Martínez Heredia Cuba en el horno de los 90 o para acercarnos más al contexto el Cuaderno del año de la Ira de León Estrada?. En ellos también hay un redescubrimiento, una posición ética hacia y desde el creador. Entonces nos encontramos este poemario donde hay un dolor que genera alumbramientos, donde el poema purifica y solo en él el poeta se salva.

A ver si me explico. Escribir bajo la sospecha de la arena ineludible que se ha dejado atrás, y que definitivamente alguna tarde va a alcanzarlo, se convierte en un estado y un acto de fe. Tal vez por eso escribe “sorprende / descubrir que no se aprende / a recalar del inicio / en ese mortal oficio / en que la vida se extiende”. Pero no está en la muerte el peligro, sino en saber morir entre la hierba más digna. El poeta no puede cambiar la realidad, pero crea otra realidad que son las palabras, y por ahí vienen estas décimas, por un desgarramiento que no explica nada, sino que crea otros desgarramientos que se agudizan en la estructura que asumen sus textos, creando vacíos, zonas de impasse, donde el lector participa en la construcción de la imagen definitiva.

Encuentro en El Horno de la Ira códigos que me conducen hacia un lavamiento. El poeta es el Mesías que arrastra su cruz y él es la cruz, nada explica mejor la poesía que la propia poesía. La memoria del dolor cohabita con el presente, alcanzando momentos en que la décima parece despertarnos de algún silencio “ el mar enciende la muda / perversidad de la herida” o tal vez podría acentuarlo mejor en estos otros versos donde escribe “el gorrión vuela tan alto/ en el espacio inseguro / que anida su trono oscuro / en las grietas del asfalto”. Algo está pasando en el lenguaje, Orlando Concepción no solo se aleja de lo tradicional en la forma de disponer los versos y en el eficaz encabalgamiento, sino que roza a veces ciertos momentos de hermetismo que nos somete, nos esclaviza a diseccionar la imagen hasta el fondo.

Hay un tono cuestionador que recorre todo el poemario y es que al poeta no le gustan los caminos, sabe adonde va, pero la palabra es una carne indócil que desconoce el límite y se impulsa hacia otras connotaciones, quizás por eso el poeta se interroga ¿no es tentador el hechizo / que clama docilidad?”¿Docilidad de qué o de quién? ¿Docilidad del poema o del poeta?. Nada le es ajeno todo transcurre desde una poiesis hacia un desbordamiento lírico que no resiste lectores pasivos, que no entren en su complicidad . Más adelante se responde “no acato la mansedumbre / cuando se quema la historia” es ahora la ira quien lo saca a flote, la ira vuelta al poema que otra vez lo salva.

Mucha décima se ha escrito en los últimos diez o quince años, bien pudiéramos hablar de una redención del género que he experimentado sospechables (y hasta inconcebibles cambios). La muy inocente se ha dejado violentar por la fogosidad del post modernismo, sin embargo, la gran mayoría de las insinuaciones en este sentido se han quedado en el cuerpo, en la estructura, juegan con impactos visuales sin lograr estremecimientos en aspectos relevantes como el lenguaje, el registro sonoro. “El Horno de la Ira” asume la astucia de la moderación, no enfila hacia los ampulosos regodeos escriturales; respeta el octosílabo y la pausa al final del cuarto verso.

La tarde en que Orlando me pidió que presentara su libro no había pensado “ ¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí?”, ni tenía a Silvio cancionándome, ni un hijo a punto de nacer. Ahora yo también conozco parte de la ira, me hago el dócil y espero el fuego de las palabras donde un ser humano lo único que necesita es un poema y un poco de luz para encontrarse.

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