“Dan miedo esos álamos del parque sin un ciclón ni / unas palabras que los muevan”.
(Eduard Encina)
Recientemente Editorial Oriente acaba de publicar Lectura de patmos, texto que dialoga con zonas poéticas trabajadas por Eduard Encina en sus obras iniciales, en especial, el límite como obsesión. La visualización de este eje poemático es reflejado en La burbuja, Las trompetas, Arca de la fe, Corintios trece, Brújulas, Ok, Noticias de la tarde, Vesperal, Yo se que a mi lado hay una sombra, Fabeliano (pájaros que duermen sobre la cabeza), Sombras que pasan, Las dos bestias, Sangre que se nos va, Habitad, Autopsia, Otro segundo discurso, Espumas, Últimas revelaciones, Manifiesto del pájaro moteado, Derrumbes parciales, Orillas, Página en blanco, Los muros, Happening de la madre abortando la casa y Cerrado por las dos cabezas. Analicemos brevemente algunos de ellos para corroborar el aserto señalado.
En La burbuja utiliza imágenes esenciales para comprender el límite en la vida del hombre: “El aire alumbra los temores que la razón no resiste”. Aquí el recurso funciona como forma de ventilación de la verdad, más allá de las trivialidades que simboliza el miedo. Tal vez por eso utiliza la siguiente imagen: “…es difícil / acariciar la luz que nos pierde luz al fin vencida / en su propio reflejo.” Más adelante ilumina el fenómeno del miedo a partir de una evocación hacia lo marginal: “…en Patmos un Ángel respira el fondo de una / escalera”. El poema intenta resolverse a través del salto, pero no en su variante liberadora, como lo hiciera en su mítico ICARO, sino como despliegue, interrogante simbólica ante el ser o no ser: “Aquí la voz. ¿Saltas?” Entonces la palabra alcanza una fuerza telúrica hacia lo individual: “Duele mostrar el rostro…”; “Atrás quedan siempre los tatuajes por donde cruza / el odio sacudiéndose la inercia”.
Un poema gravitacional es sin dudas, Las trompetas, pues anuncia también el miedo como recurso que anula al sujeto. El viento orea la verdad. Las antípodas viento / pared, verdad/mentira, obligan al individuo a proponerse la liberación como necesidad: “hay que borrar / la pared para que el ladrillo se muestre / doloroso / infiel / el miedo pasa vertical. si lo escribo el camino / se acorta pierde duración pero ellas amenazan / ocultan el peligro la dirección del viento”.
Una visión teleológica condiciona la titulación de un poema, que anuncia visiones polisémicas en la existencia del ser, sobre la base de la evocación de un texto bíblico: Corintios trece. Se trata de buscar luz, como algo quimérico, para purificar al sujeto y hacer soportable la vida, o mejor, vivir con amor. Cristo Jesús y San Pablo están ahí indirectamente, y alimentan la libertad, más allá del miedo y las levedades de la enajenación: “No sé cómo te desprendes hacia el margen por el / filo mismo de nacer sin unas alas donde plantar la / cicuta. / El temor está en mí. Nadie lo trae/ está en mí”.
La utilización del símbolo puente adquiere nuevas connotaciones en Brújulas. La propia titulación anuncia la necesidad de orientación ante el vacío, lo indescifrable. No se trata de saltar, y alcanzar la liberación a partir del aire como oxígeno o sencillamente flotar a partir de la verdad; se trata de comprender que más allá del muro “unos cuerpos se desprenden de las palabras / sin que acuda el dolor la sombra el puente”.
Ok, pudiera ser una sencilla razón de aceptar el destino y no hacer nada para variarlo, pero el poeta omnisciente no piensa así, por eso utiliza una imagen estremecedora, que contrapuntea el permanecer y no estar; el existir y no intentar variar el mundo. Las noticias en otro lado. Sencillamente, un hecho lejano, por eso están ante el hombre con su pesado fardo; pero lo mediato nadie lo nombra, sólo el poeta: “Dan miedo esos álamos del parque sin un ciclón ni / unas palabras que los muevan”.
Títulaciones ya utilizadas en poemas anteriores son retomadas nuevamente en Lectura de patmos, pero dotadas de significaciones diferentes. Sus nombres: Yo se que a mi lado hay un sombra y Derrumbes parciales. En ambos casos el poeta acude al miedo que invade la realización del sujeto y no le permite alcanzar la luz, la individualidad plena. En el primero de los textos mencionados corrobora nuestro aserto con una imagen esencial: “…tengo miedo a quedarme sin recodos. el que empuja / está pero es una sombra que va conmigo para / medirme la sangre”. Más adelante precisa una noción de inmovilismo ante el devenir: “en Patmos / asoma la hierba por el camino”. Incluso confiesa la necesidad del poeta de volver sobre versos olvidados: “he vuelto a estos poemas / que me salvan de caer en la falsa aureola / de calamina”. En el segundo ilumina zonas visibles, muy visibles del ser nacional: “El mar era / una casa laberinto de palmas flotantes, de novias / borrosas, traspuestas, invisibles”. Líneas después acude a una imagen esencial, para comprender los bordes de una insularidad desgarradora: “Joden las orillas / Cuerpo mío/ porción que ondea en cualquier parte”.
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