sábado, 19 de mayo de 2012

En Remanganaguas late el corazón de Cuba*


A José Martí lo entierran el 20 de mayo,  a las 3: 00 p.m, en este humilde cementerio nombrado Remanganaguas.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu 

El cadáver de José Martí llega a Remanganaguas cerca de la medianoche del domingo 19 de mayo de 1895, atado al lomo de un caballo. Unas horas antes, había caído al pie de un tronco de jobo, cerca del arrollo de Demajagual, ya en tierras del actual Contramaestre, en Santiago de Cuba.

En el tronco del memorable Jobo Martí, pues así se le llamó en lo adelante por los nativos, el cadáver permaneció poco tiempo; la tropa, comandada por Xímenez de Sandoval, partió del sitio a marchas forzadas hacia el pueblo de Remanganaguas, al que entra cerca de la medianoche y lo entierran,  a las 3: 00 p.m. del 20 de mayo. Más de 72 horas permaneció el cuerpo de José Martí en contacto directo con la tierra de Contramaestre. 

A través  del telégrafo, ubicado en el cuartel de Remanganaguas, Ximénez de Sandoval trasmitió el parte oficial,  donde informa los resultados de la acción militar, y sobre todo,  la supuesta muerte en combate del organizador de la guerra. 

El 20 de mayo de 1895, en la tarde, una fina llovizna baña el cementerio de Remanganaguas. Cerrados aguaceros hacen de la zona un lugar intransitable. En silencio, cuatro soldados bajaron de los caballos dos cuerpos. Recibieron órdenes expresas y comenzaron a cavar una fosa, no muy profunda, en medio del fango. En ella situaron el cadáver de José Martí primero, y encima, el del sargento español Joaquín Ortiz Galileo. Luego echaron tierra sobre los cadáveres, y situaron cuatro piedras en forma de cruz para identificar el lugar. Allí quedó un guardia perteneciente a la tropa, al que entregaron una alforja con algunos comestibles. El resto se trasladó de inmediato al cuartel del pueblo a galope tendido.

Al conocer la noticia, el Capitán General de la isla de Cuba, Arsenio Martínez Campos, para evitar equívocos que comprometieran su reputación militar,  consulta al Ministro de Ultramar lo relacionado con la exhumación y el reconocimiento forense del cadáver, del que llaman, supuestamente, “señor Martí”. 

El comandante general de las tropas españolas, acantonadas en Santiago de Cuba, general de división Juan Salcedo y Mantilla de los Ríos, cursó órdenes inmediatas a Ximénez de Sandoval para que se dirigiera, con parte de sus hombres, hacia territorio santiaguero, dándole cumplimiento a la orden de Martínez Campos. De igual manera envió rumbo a Remanganaguas al doctor en medicina y cirugía Pablo Aureliano de Valencia y Forns, habanero radicado en Santiago, que se desempeña en esa ciudad como práctico forense.

El 23 de mayo de 1895, al atardecer, cuando eran aproximadamente las 5:30 p.m., se exhumó el cadáver, al cual se le practica un reconocimiento general, en el que estuvo presente el carpintero Jaime Sánchez Sánchez, quien legó el siguiente testimonio: “(…) diez soldados con cubos de agua fenicada y demás utensilios. Estábamos presentes el Dr. Valencia, su ayudante y yo;  extrajimos los cadáveres de Martí y el sargento enterrado en la misma fosa, estando el Apóstol al fondo y ambos  en estado de putrefacción. Tendidos el cadáver de Martí (…) e inmediatamente abriéndole el vientre le extrajo las vísceras. Después lo rellenaron con algodón (…)”.


“Con el objeto de preparar el cadáver para la traslación ya que no era posible un embalsamiento completo, se le pusieron por todos los  puntos del cuerpo, 302 inyecciones de solución de bicloruro al 1 por 600 (...) Después con una solución de alumbre y ácido salicílico hecha en agua hirviendo, se le dio por todo el cuerpo una especie de barniz. Con esto el médico Valencia dio por terminada esa parte de la operación”
 
En Remanganaguas quedaron las vísceras y el corazón de José Martí para siempre, quizás por la voluntad suprema escrita en sus Versos Sencillos, que manifiesta  echar la suerte junto a los olvidados de la historia, o tal vez por uno de sus más sublimes pensamientos cuando dice “la muerte no aflige ni asusta a quien ha vivido noblemente”.

En horas de la mañana del 24 de mayo es trasladado en un tosco ataúd, que le hicieron el carpintero Pedro Ferrán Periche y su ayudante, de 14 años, Jaime Sánchez Sánchez,  sencillos hombres de Remanganagua,  rumbo a Palma Soriano. Atrás queda un pueblo humilde y su cementerio. Veintiséis tumbas anónimas lo custodian desde esa fecha y hasta hoy. 

La lucha por mejorar las condiciones del cementerio de Remanganaguas comenzó en las décadas del 20, el 30 y el 40 del siglo XX. Gobiernos de la República Mediatizada permanecieron en silencio ante el reclamo de inversiones para transformar las condiciones del lugar como bien patrimonial de la nación cubana.

El primer teniente del Ejército Constitucional, Rafael Aguilera, desarrolló una ardua acción para levantar el humilde obelisco, que recuerda, al mundo y a los cubanos, el primer entierro de José Martí. Fue inaugurado el 28 de enero de 1942. Desde esa fecha y hasta la actualidad, ha recibido limitadas labores de restauración, y su actual propietario, Servicios Comunales en el municipio Contramaestre, no tiene claridad sobre la significación del mismo para la nación cubana, incluso duda de los méritos históricos del lugar como Monumento Nacional.

No obstante a los olvidos institucionales con el Cementerio, que abriga para siempre el corazón del Maestro, queda la costumbre, inaugurada por testigos del primer desentierro de Martí, naturales de Remanganaguas, de colocar los oídos sobre tierra, para escuchar la diástole y la sístole de Cuba. Devienen centinelas de una luz que palpita en la oscuridad; son los humildes de la tierra con los que quiso su suerte echar. 

*Publicado inicialmente en La Campana, suplemento informativo de la revista cultural Ventana Sur, mayo, 2012, p. 2. 

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