La relación de
José Martí con tierras de Contramaestre es singular; quizás por el hecho de
nombrar el paisaje, la gente y sobre todo el río, en su Diario de Campaña, con
sentidos litúrgicos y hasta confesionales.
El 9 de mayo
de 1895, Martí llega a la finca de una familia contramaestrense: los Venero. El
viejo Venero, había estado en la Guerra Grande , y era muy amigo de Máximo Gómez. El intercambio con el hombre
común, genera un escrito de gran valor
sentimental y patriótico: “Aún está en Altagracia Manuel Venero, tronco de
patriotas (…)” “Con los Venero era muy íntimo Gómez (…)” “Su casa hoy nos
recibe con alegría, en la lluvia oscura y con buen café”.
El ojo
martiano descubre su primera noche en Contramaestre: “(…) Dormimos, apiñados,
entre cortinas de agua”. “Así dormimos en Altagracia”. En ese interregno, que
cubre el tránsito del 9 al 10 de mayo,
describe el diálogo con la gente de Holguín, proceso que le permite conocer, los caminos torcidos
que pueden extraviar el destino concebido en Montecristi. Pero también aprecia
el cariño que le profesan los humildes: “Presidente me han llamado, desde mi
entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo
que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y
muestras de goce de la gente en mi presencia y sencillez. –Y al acercarse hoy
uno: Presidente, y sonreír yo: “No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí
como general: no me le digan Presidente”. “¿Y quién contiene el impulso de la
gente, General?”; le dice Miró: “eso les nace del corazón a todos”. “Bueno:
pero él no es Presidente todavía: es el Delegado”. –Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en
algunos como el agravio”.
El 12 de mayo
se dirige a la Jatía. En un momento del
trayecto, aparece el Contramaestre. Refresca
su cuerpo con el agua del mismo, pero también la ingiere, un hecho litúrgico
que permite aliviar dolores y tensiones presentes, en un pueblo que lo imagina Presidente y ama, y un mando
militar despótico que lo ubica como General y Delegado.
En un gesto
premonitorio, el 13, uno de los acompañantes, ya en La Jatía , pica espuelas y lo invita a observar el escenario, donde la
naturaleza entrega un verde intenso, y descubre la unión de dos ríos: “(…) el
Contramaestre entra allí al Cauto”.
“Cruzamos el Contramaestre”. Ese día, en un gesto confesional, señala:
“Ya está el rancho barrido: hamacas, escribir; leer; lluvia; sueño inquieto”. La experiencia vivida en campaña,
conjuntamente con el acercamiento a Gómez y a Antonio Maceo, le
permiten intuir un escenario de confrontación, difícil de encausar: “Escribo,
poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será
útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de
aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo, y
en la soledad en que voy, impere acaso, por la desorganización e incomunicación
que en mi aislamiento no puedo vencer (…)” Nuevamente el recurso litúrgico acude, pues el
15, libera tensiones al bañarse en
el Contramaestre, disfrutar el aguacero desde el rancho, o sencillamente apreciar “la caricia del agua
que corre: la seda del agua”.
Sin embargo,
vuelve a cargarse de energías negativas. El 16 narra el testimonio del
capitán Pacheco, que le permite fundamentar sus preocupaciones en torno a un
mando despótico futuro, que no sea capaz de interpretar correctamente la
espiritualidad del cubano y de lugar a desviaciones lamentables: “(…)el cubano
quiere cariño, y no despotismo: que por despotismo se fueron muchos cubanos al
gobierno y se volverán a ir: que lo que está en el campo, es un pueblo, que ha
salido a buscar quien lo trate mejor que el español, y halla justo que le
reconozcan su sacrificio”.
Nuevamente la
lluvia acude como bálsamo para aliviar preocupaciones. Escribir y leer
complementan una posible liberación de angustias, que anulan su libre albedrío
en las decisiones patrias, se siente sólo, completamente aislado, por un
militar, que al desembarcar, ejerció el mando único, y lo relegó a la condición
de espectador, o sencillamente lo nombra Mayor General, para tenerlo, de cualquier
forma subordinado; incluso decide sin contar con él, en consulta con otros
jefes, que su lugar es la emigración, y no Cuba; dolor grande que invade la
reflexión, la palabra.
Con esa carga
negativa, sólo tiene el alivio de
apreciar un último aguacero; aunque un mal augurio parece intuir el 17, pues no
puede bañarse en el Contramaestre, ni beber su agua fresca. “Está muy turbia el
agua crecida (…), -y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de
higo…” La última anotación de su Diario, nombra al río que ahora también lo
anula, ni funciona ya como recurso litúrgico, para alimentar el espíritu y
oxigenar las ideas. Se siente completamente abrumado por las preocupaciones. El
destino de Cuba, parece incierto, aunque alberga la esperanza de que “a campo
libre, la revolución entraría, naturalmente, por su unidad de alma, en las
formas que asegurarían y acelerarían su triunfo”.
No llegó a ver
la revolución unida. Sin su ayudante Ramón Garriga, y acompañado de un joven
bisoño, montando un corcel blanco y
brioso, murió asesinado, según
versiones mambisas, por balas españolas, en circunstancias aún no aclaradas por
la historia. Era domingo, y 19 de mayo. Temía a la oscuridad y salió a buscar luz.
Fuente consultada: Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos,
Editorial Nacional de Cuba, La Habana , 1964,
pp.234-243.
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