Dos principios morales tenía Guevara para andar siempre con el saco al hombro: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
En tiempos de bonanzas es cómodo ser revolucionario, pues los problemas disminuyen, o al menos, son menos visibles para el hombre mayoría que todo lo enjuicia desde su cotidianidad. Alfredo Guevara es un revolucionario de todos los tiempos, incluso ha ido a contracorriente por defender el derecho a decir la verdad e impulsar el mejoramiento humano.
Era un mito apreciarlo siempre con su saco al hombro. Muchas veces le preguntaron por qué vestía de esa manera; tenía una respuesta salomónica y evadía las razones. Se nos fue a otra vida, y el programa Con dos que se quieran sembró la necesidad de saberlo. Amigos íntimos acaban de confesar el porque del anti-ritual que pertenece, ya, a esa leyenda nombrada Alfredo Guevara.
Dos principios morales tenía Guevara para andar siempre con el saco al hombro: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. Al saberlo, algunas personas, de esas acomodadas en las tradiciones se enojaron, cómo es posible que enjuiciara de esa manera un atributo de la identidad cultural como la guayabera; pero ojo, no se trata de eso, sino de los usos dados a esta prenda, y la saturación provocada en los jóvenes al observar a funcionarios y dirigentes vestidos con la misma en cada espacio de poder público. Guevara no quería ser valorado de esa forma, se sentía diferente y por eso creía apocarse si aceptaba el ritual.
Llevar saco también lo apocaba, al extremo de preferir echarlo sobre la espalda, como un gran peso, vacío de significados para él. Al final, terminó en símbolo de resistencia contra los usos públicos que anulan las energías revolucionarias. Se visualizaba públicamente como un joven encerrado por una bruja en un cuerpo viejo.
José Ingenieros parecía soplar el fuego de la rebeldía en sus oídos, por eso sus divisas eran: no dejar de luchar y no perder la vergüenza. Ese legado ético lo llevó a recorrer la isla de un extremo a otro, a vivir en permanente diálogo con los jóvenes, a pedirle que nunca se cansaran, a ser provocadores cuando tuvieran la razón, a ser polémicos y agudos en el enfrentamiento a los problemas de su tiempo.
Pensar y hacer son las máximas que deja Alfredo Guevara a los revolucionarios cubanos en tiempos difíciles. No hacerlo equivale a ser un anti-revolucionario, o mejor, alguien interesado en defender privilegios e intereses, más allá de las realidades y del sentido común. Por eso despido este homenaje con un fragmento de la entrevista Con dos que se quieran:
"yo creo en las militancias. Yo creo que ante cualquier realidad hay que tener criterio (una realidad que valga la pena). Y hay que tener, si vale la pena, pasión. Yo le llamo a la pasión, en el lenguaje nuestro de Partido y Juventud, le voy a llamar militancia, pero es pasión. Incluso dudo mucho que pueda alguien ser un militante si no tiene pasión, ya usando el otro lenguaje.
"Yo soy militante porque tengo el carné, porque no sé qué diablos, porque hice esto, porque lo otro, ¡basura! Si no hay pasión en tu ser...
"Por eso para mí, ayudando a entrar en el ICAIC en la producción cinematográfica, para mí quienes más me fascinaban, eran los locos. Es decir, si llegaba un chico o una chica, enervados con su pasión por hacer cine y enloquecidos con el disparate y todo, porque antes de la formación se es así, yo decía, ahí hay un artista y es por eso por lo que he dicho más de una vez en las conferencias, que no son conferencias, son diálogos".
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