lunes, 27 de mayo de 2013
Hasta un negrito bembón tiene una flor dentro
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Ñampiti, novela para niños del escritor cubano Eduard Encina, tiene olor a imprenta todavía. No haré aquí, por si acaso lo creen, la clásica nota adelantando capítulos, ni hablaré del diseño, ni de su extensión en número de páginas. Eso lo dejo a esos señores que matan el deseo de leer con falsos alardes teóricos. Expresaré mi visión, puede ser o no compartida, pero garantizo sinceridad.
Uno de los aciertos de Encina es presentarnos el rostro de una familia disfuncional donde falta la madre. El abandono materno no tiene explicación en el libro. Sólo se sabe que deja un bolso con unos mangos para el chico, y que por las cartas, hay nieve donde vive; anuncia incluso un posible retorno, pero nunca sucede, quizás obedece a una de las claves que sustancia la narración: mostrar el universo espiritual del protagonista (Handel), carente de afectos, y una relación crítica con su padre. Éste último, adicto a la bebida; ello le impide desarrollar una vida como la que necesita el hijo. Nunca se llega a saber el por qué de la ausencia de la madre, aunque en el cierre, del último capítulo, confiesa que muchas veces ha sentido que no la verá jamás, especie de suspenso donde deja al lector con la duda, aunque lo resuelve con una analogía, al igual que Brocelianda –uno de los personajes-, seguirá viva en el cariño y la ternura que le profesa Handel.
Aquí el personaje de la madrastra (Nelsa) no tiene el perfil manido sobre el que vuelven una y otra vez las narraciones infantiles. El niño construye un imaginario sobre ella, la asocia a una bruja convertida en lechuza que vuela en las noches sobre el cine de su pueblo; muchas veces intenta descubrirla, mostrar sus misterios; incluso teme ser envenenado; la convierte en objeto de sus frustraciones; sin embargo, al marcharse Nelsa de la casa, añora sus comidas, conversaciones sobre lagartijas gigantes, apreciaciones de dibujos; tiene un rol clave en el universo afectivo de Handel, nadie puede borrarla, por eso la evoca e imagina junto al padre en una vida futura. El mayor premio, al amor construido por Nelsa, es su retorno al hogar. ¿Cuáles son esos cambios para el añorado regreso?
Un curioso personaje visita la casa varios días a la semana. Siempre trae un libro que comparte con su padre. Poco a poco llegan cambios: deja de beber, es más afectivo: “Está así desde que anda con el hombre del librito. Gracias a él, papá pudo conocer la magia que un día lo hizo lanzar al fuego los deseos de que no volviera mamá, y los vidrios de la botellita de cantar bolerones”. (Encina, E: 2012: 79) Un domingo el padre lo invita a un paseo que justifica una interrogante: “¿Puedes decirme adónde?”, por respuesta recibe un no pues se trata de una sorpresa. “Nos detenemos frente a una casa de madera, muy alta y pintada de azul, en la cima del techo tiene una punta que termina en una cruz, se llama pináculo, lo dice el padre de Claudia… De allá adentro sale música, parece un piano, y la gente canta en un coro gigante. Me da miedo entrar, pero el hombre del librito nos coge por la mano a Claudia y a mí justo cuando se ponen de pie y cierran los ojos. Me corro hacia donde está papá que también tiene los ojos cerrados”. (Encina, E: 2012: 79-80) Hasta aquí, el personaje principal nos introduce en un mundo distinto, se infiere cuál es, pero desde su óptica infantil se trata de un lugar encantado: “Me vuelve el temor, no sea que el Mago se moleste y aparte su magia de papá y vuelvan los amigos de la fábrica, los bolerones, la soledad, las lagartijas marronas o grises. Yo no lo veo, es verdad, pero supongo está ahí, como el viento, y si no para qué papá y los demás cierran los ojos y repiten amén, amén, aleluya, amén, llenos de alegría”. (Encina, E: 2012: 81) La entrada a lo sacro libera al padre de males que dejaban sin sentido su vida. Pudiera decirse, que el acercamiento a Dios lo hace otro hombre, más lúcido para elegir un destino, amar al hijo y recuperar el amor de Nelsa.
Finamente tratados asoman los prejuicios raciales que funcionan en Cuba. Unido al color de la piel se aprecia que no tiene gran tamaño, es feo, presenta dificultades con la vista y es raro en su comportamiento, pues su tiempo lo dedica a dibujar flores, lagartijas: “…me gritan enano, negrito bembón, cuatro ojos, mariquita”. (Encina, E: 2012: 36) “…no preguntarían por mamá, ni dirían que papá es un negro borracho y que yo soy un niño raro porque no juego con los demás y me paso las tardes en el patio cazando chipojos”. (Encina, E: 2012: 14). La marginación como consecuencia del color de la piel, del comportamiento aislado, conjuntamente con las limitaciones físicas de que es objeto, matizan la evolución dramática de la novela, no es un niño cualquiera, es uno marcado por una visión anulante de los seres humanos, una visión que no acepta ubicarlo en los espacios donde trascurre la supuesta vida civilizada que otros llevan. Ronco (el anti-héroe), lidera una pandilla donde los sesgos citados afloran permanentemente y dedican sus juegos a extorsionar a Handel, a hacerlo sentir que no pertenece a su mundo; sencillamente pretenden invisivilizarlo incluso ante Inés, el amor platónico del héroe, pero gracias a las fortalezas espirituales que tiene en el arte (sus dibujos), la conquista. Es el triunfo del amor fundado en la belleza espiritual, más que en la física, mensaje sublimemente sugerido por el autor, sin caer en el didactismo intolerable, con que algunos comunicadores amplifican el necesario rescate de valores.
La oralidad construida desde lo rural es trabajada inteligentemente; así sucede con el caso de las tojosa, por citar uno de los ejemplos más elocuentes, ave asociada en la mitología popular a lo fatídico. Su canto trae maleficios para el que está cerca. No obstante a lo dicho, el sujeto narrativo se desentiende del citado imaginario y prefiere dibujarlas, aunque también las llama tontas porque “no se espantan –ante su presencia- como si quisieran morirse. Por las tardes hacen un canto triste, parece que ellas se han quedado muy solas en los piñones de la cerca, son las últimas en irse a dormir, por eso no les tiro, prefiero escucharlas cantar”. (Encina, E: 2012: 37) Apropiarse de la soledad de la tojosa sirve al autor para establecer una analogía con la soledad de Handel y la evocación de la madre ausente: “Las tojosas me recuerdan a mamá cuando se paraba en el puente a echarme voces…” (Encina, E: 2012: 37)
Para mí lo más trascendente de Ñampiti es el recurso a lo onírico, proceso que me hace pensar necesariamente en La metamorfosis, de Frank Kafka, y, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Las formas usadas por estos escritores son extrapoladas por el autor y asistimos a escenas bellísimas donde el sueño anticipa la realidad, e incluso se confunde con ella. Los mejores momentos, en la vida del personaje principal, son alcanzados mediante de la fabulación ocurrida en el reino de Morfeo. Brunelo -el ciego- es considerado, por los anti-héroes liderados por Ronco, un vagabundo poseído por el delirio, sin embargo, tiene una relación especial con Handel, yo diría que son muy buenos amigos, por eso –éste último-, no puede evitar fantasías oníricas relacionadas con Nube negra como le llaman despectivamente: “…intentaba dibujar una flor de la que llevamos dentro y todo se me borró hasta que apareció Brunelo en mi cuarto con una tan grande que apenas podía cargarla”. (Encina, E: 2012: 65) En el sueño los ojos del ciego no son blancos, sino verdes, “y de las manos le salía un brillo como si fuera luz. Mientras me decía que el asfódelo debía compartirlo, su voz comenzó a tornarse hueca. Enseguida pensé en Inés, entre los dos podríamos cuidarlo. Iba a decírselo, pero en ese instante Brunelo se volvió polvo o luz, no recuerdo bien, lo cierto es que desapareció delante de mis ojos igual a una pompa de jabón cuando explota”. (Encina, E: 2012: 65-66) El sueño citado preludia la desaparición del viejo amigo, con el que se encontraba los domingos, para conversar sobre la flor que todo humano lleva dentro y debe encontrar. No le queda más remedio que acudir al portal donde dormía el anciano e informarse con Brocelianda, la dueña de la casa, sobre el posible paradero. La señora narra a Handel e Inés, convertida ya en el amor de su vida, la metamorfosis de Brunelo: “ -Él estuvo muy enfermo- nos explica la anciana- y lo convencí de que en esas condiciones no podía dormir afuera, en el portal. Lo traje para la camita vacía que tengo ahí en el cuarto de huéspedes. Una noche tenía mucha fiebre y comenzó a temblar y a decir cosas que yo no entendí muy bien. Enseguida se quedó profundamente dormido. Como vi que la fiebre le había bajado, lo cobijé y al rato me fui a acostar. Esa noche soñé con él. Me miraba con unos ojos verdes, hermosísimos, y me decía que deseaba casarse conmigo. ¡Imagínense, Brunelo y yo casados! El sueño como todo, duró poco. Me desperté más temprano que nunca para saber cómo seguía, pero ya no estaba, o mejor dicho, estaba, pero de otra forma”. (Encina, E: 2012: 93) Lo soñado por Handel se hacía realidad: Brunelo se había convertido en un asfódelo gigante. Antes de la metamorfosis logró escribir una nota para el fiel amigo, y con ella la novela alcanza su punto climático de mayor creación artística. En la misma, precisa: “Un día te dije que todos llevábamos una flor dentro y sólo había que dejarla crecer. Así me convertí en este asfódelo, la flor que tú creaste, la misma que llevas dentro, pero no podrás hacerla crecer tú solo, tienes que buscar una persona que te ayude a cuidarla, así como yo encontré a Brocelianda para cuidar las mías. Tú conoces bien a la que compartirá contigo este secreto, ya verás, sólo tienes que pedírselo. Yo estaré siempre en este asfódelo, velando por ustedes y haciéndolos soñar”. (Encina, E: 2012: 95-96) Por supuesto, la persona escogida para sembrar el asfódelo en el jardín de Brocelianda no puede ser otra que Inés, pues como decía su amigo Brunelo “solo lo que uno siembra con amor echa raíces”. La anciana les pide que abran dos hoyos, instante en que la curva motivacional sube a su punto culminante, pues sólo basta con uno, pero la interrogante queda en suspenso y la pareja remueve la tierra y cumple el encargo. Ante la duda, sólo queda esperar la llegada del nuevo día; y entonces llega un momento mágico, pues al acudir a la casa de Brocelianda, no la encuentran por ningún lado: “Lo increíble sucede cuando, al salir al patio, vemos, al lado de cada uno de los hoyos abiertos, dos asfódelos gigantescos y bellos, todavía con el rocío de la mañana posado sobre sus pétalos”. (Encina, E: 2012: 109) Una nota para Inés resuelve el enigma: “…el otro hoyo era para mí. Ahora siémbrennos y, al hacerlo, ya no necesitaremos ser regados para vivir, pues viviremos en ustedes con el cariño y la ternura que puedan sentir los dos”. (Encina, E: 2012: 109)
Por todo lo dicho hasta aquí, prefiero quedarme con las ganancias oníricas creadas en Ñampiti, son lo mejor del libro, pues a partir de ellas, el autor construye instantes de ficción inolvidables, que nos hacen recordar la flor amada del Principito, o la noche mágica en que Gregor Sansa se convirtió en cucarachón. Ñampiti sugiere a sus lectores una máxima espiritual, sin alarde didáctico alguno: sólo el amor verdadero hace posible el nacimiento de la flor que llevamos dentro.
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Mixed trirono"Solo el amor engendra la maravilla", como reconoce Silvio y afirma la Santa Biblia.
ResponderEliminarDesde que se comenzó a aplicar las deformaciones stalinistas en nuestra siempre solidaria Patria, se ha ido acrecentando el desamor, la envidia, y demás conductas que predominan en el American Way Of Life.
Libros que insten a lo puro de nuestros ideales comunistas son imprescindibles, eso lo exhorté en el Primer Forum de Literatura Infantil y Juvenil que se hizo por la Academia de Ciencias en 1972.