Lo que no puede pasar es que trovadores y poetas, libro y guitarra en mano, salgan a las calles y hagan una sedición del entendimiento. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Acaba de realizarse en Santiago de Cuba la Asamblea Provincial de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y Contramaestre acudió a la misma con un ejército autodefinido por sus miembros: “clandestino y peligroso”. Para colmo de los colmos pronuncian frases salomónicas propias del gran Sócrates: “Nos atienden pero no nos entienden”.
Un clandestino es un ser fuera de la institucionalidad, interesado en romper el cauce tradicional de las cosas, por eso suele ser muy peligroso, pues su objetivo es derribar en secreto lo que se oponga a los dictados de la razón, mejor dicho, de sus razones, no las del funcionario político o administrativo atrincherado en su reino de papeles.
A la altura de los tiempos que corren, la renovación biológica de la dirigencia histórica es una certeza, por tanto es muy preocupante escuchar palabras como las citadas, y más, si la dicen jóvenes agrupados en la vanguardia artística de la nación, la AHS. ¿Qué hacer entonces?
El funcionario acodado en su buró apelará a la trivialidad y la amenaza, dirá que todo debió quedarse en casa, no es de buenos seres humanos sacar trapos al sol, y con esa jerga doméstica a la espalda braceará la tempestad hasta que las aguas retomen su nivel. Por si acaso no sucede lo previsto, estrechará los anillos del poder en torno a los más “peligrosos”, halará la soga hasta casi asfixiarlos para que aprendan la lección; de lo contrario, otros caminos se activarán, y el ojo del “gran hermano” controlará sus movimientos y “fabricará el delito” para sacarlo del juego.
Si el dirigente dialéctico reina, comprenderá que es sabio escuchar al otro, sobre todo si es “peligroso” y pertenece a una agrupación “clandestina”. Lo sentará a la mesa y habrá entendimiento. Ambos saldrán fortalecidos, pues pertenecen a una misma orilla ideológica y tomarán vino en el cáliz de la comunicación saludable.
Lo que no puede pasar es que trovadores y poetas, libro y guitarra en mano, salgan a las calles y hagan una sedición del entendimiento, porque ha faltado eso que se llama tino para saber que por caminos diferentes se hace “camino al andar”. Eso de que por la canalita de la uniformidad debe bajar todo, es propio del mediocre que hace llamadas telefónicas, y mueve la palanca de Arquímedes, consciente de su “inmenso poder”. Estos últimos son los siete mesinos que construyen disidentes allí donde sólo existe un “orden del día”, o unas sábanas blancas en los balcones.
Por lo pronto, Sócrates recorre el ágora una y otra vez. Muy para sus adentros dona el “conócete a ti mismo” a “clandestinos” empeñados en hacer una revolución del entendimiento, guiados por un José Martí a galope sobre la tarde de Dos Ríos.
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