miércoles, 19 de junio de 2013

Un comentario para Arnoldo a partir de su Anatomía de la poesía en Santiago

Los mapistas escribían al borde de sus pliegos. Más allá del confín del  mundo había Dragones. Los ochentas terminaban y en la Casa de Heredia, al amparo de Aida Barh...
Por Oscar Rojas Olsina  (Poeta)

Yo recuerdo una época. Entraba el año con mucha lluvia. Blandas mañanas cálidas como un reptil recién llegado nos miraban tan fijo. Los mapistas escribían al borde de sus pliegos. Más allá del confín del  mundo había Dragones. Los ochentas terminaban y en la Casa de Heredia, al amparo de Aida Barh, se reunía  el Taller Literario Municipal, semana tras semana. Mirna (Figueredo) hablaba poco, ocupada en entender  esos aromas sutiles de las cosas que yo entonces ni percibía.  Garrido (Alberto) pulía su diamante en la  crudeza de su ciencia con una energía inagotable. Marcial (Lorenzo) nada marcial regresaba del Instituto Superior de Arte y  nos regalaba su sapiencia envuelta en el mejor humor del mar  de los Caribes. Bajo su gravedad, León  Estrada, el poeta, nos leía sus versos y nos daba su opinión. Cuando salió su libro, Circo de Barro, lo  acuné y lo cuido hasta hoy. Lo de Teresa (Melo) fue amor a primera vista. Un poco más allá, en la villa de  San Luis, Aroche (Jorge) ya había soltado sus caballos y el tropel era una fiesta. Los anfitriones eran  Hímilcon (Morales), el nicaragüense; Heriberto (Mejias), el filósofo; Pedro (Rizo), el macho y Guía (Roberto), el silencioso. La lista de invitados era infinita,  yo hube navegado con esos animales largamente y a mi lado Serrat, Séneca, Lezama... Tuve esa suerte. La fiesta no acababa.

Cualquier estudio de la “poesía joven” en Santiago de Cuba debiera contar con esos nombres, todos con  una obra publicada y, cuando menos, interesante. Hay, por supuesto, otros cuya obra no me consta que  pueda ser consultada.

Reynaldo García Blanco llegó después, con sus fábulas y su inspiración.

A finales de los noventas la actividad cultural estaba muy deprimida, faltaba la logística, el entusiasmo  decaía, los cubanos estábamos muy ocupados resolviendo los problemas de la vida cotidiana. A esa  hora, desde la AHS y en coordinación con el Centro de Cultura Comunitaria, Jorge Aroche, Ruben  Wong, Santiago Cutié y yo planteamos un proyecto dirigido a  la reanimación de la literatura. Se  hicieron incursiones en la escuela de Trabajadores Sociales, en la escuela de Instructores de Arte. La  Brigada José Martí comenzaba a formarse.   

Rubén Wong es un narrador, no tiene poesía publicada, no es poeta.

Frank Dimas no era parte del proyecto. Entre otras razones porque el proyecto estaba formado por un  grupo de amigos. Las disidencias o coincidencias de Frank Dimas con el poder  político escapaban  entonces y aún hoy siguen escapando a los intereses del proyecto a los del grupo y a los míos.
Mis disidencias o coincidencias con el poder político escapan a tu entendimiento.

Una de las premisas del proyecto era no promocionar la obra propia sino las de la literatura universal.   Las actividades del proyecto eran las habituales lecturas, conversatorios, conferencias, debates que se realizaron en varios municipios, incluyendo el tuyo. Si eso originó un movimiento, no lo sé. Si hubo  movimiento y quedó en el olvido; qué mal. De cualquier modo, nunca perseguimos la gloria ni dejar en  la memoria de los hombres nuestra canción. Que era una canción de siembra. 

La poesía rentada no existe. La poesía es, por su propia naturaleza, una manifestación de  libertad. Mis  versos nunca me ganaron un centavo del “exterior”. Premios sí, gané unos pocos, pero me pagó el  fisco. El mismo que paga toda la actividad cultural en Cuba.  Editar un blog es un privilegio y una responsabilidad. La defensa de la cultura requiere seriedad. El éxito o el fracaso son engañosos en las obras del arte. Las influencias son inevitables y naturales, no  hay que negarlas. Bien asimiladas, ayudan a redondear un concepto de las cosas.

La poesía nos descubre la verdad.

Teresa y León creo que van a coincidir conmigo en que si un magisterio hubo entre nosotros fue el de  Aida Bahr. Maestra de todos. Orgullo y sostén.

De las alusiones personales no te voy a responder. Sólo una cosa, nunca sentí ninguna inclinación especial por Febo, prefiero a Afrodita, a Palas. Yo recuerdo una época de tardes que nos reconocían con la precisión de una punta teñida de amarillo.

Un hábito entibiaba la noche inmóvil entre el piso y el techo. Bajo la luz de los espejos del agua tanta  dicha. Peinada y asomada tanta dicha.  

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