miércoles, 27 de noviembre de 2013

Nadie toca las grandes preguntas en Cuba

El cacareo nos corroe. Es una forma travestida de inmovilidad, abulia, silencio. No es crear una ilusión lo que urge, sino despertar una sensibilidad que a pesar de las penurias económicas...
Por Eduard Encina

Se convierte en una práctica peligrosa, un gallo canta y se revuelve el gallinero. Al parecer algo sucede y el patio se moviliza en una especie de cacareo donde las muchas voces pierden el peso, la esencia de la voz original, y comienza a reproducirse el eco, como una máquina que convierte el problema en frase, en palabra, en consigna.

Acostumbrados a una verticalidad, a penas somos capaces de llevar alguna iniciativa que enrumbe el desarrollo social hacia contenidos más particulares, eso desemboca en una homogenización que al mismo tiempo esteriliza al sistema institucional cubano. Enseguida aparece una burocracia de oído fino que se encarga de  cazar la construcción lingüística apropiada para arrebatarle el sentido y adaptarla a su vocabulario.

En menos de lo que canta un gallo la onda expansiva del cacareo. Ahora son los valores, después que valientemente lo asumiera Raúl Castro y alertara sobre el daño que se ha producido en el nervio nacional; pero bien pudiera llamase ahorro, eficiencia, masificación de la cultura, cambiar todo lo que tiene que ser cambiado. Lo importante es percatarnos que el cacareo no es quien produce el pensamiento, quien visibiliza el problema, el cacareo es quien neutraliza el pensamiento, en vez de producir estímulo y movilizar la conciencia hacia el cambio.

La cosa no estriba en hacer “la pala” como dicta el cubaneo, sino en remover el arsenal ético y simbólico de los cubanos con acciones concretas. Platón, aún sin meterse a la caverna nos apunta que “conocer es recordar”, y no se conoce sin una experiencia, no se transmite solamente con la lengua sino con la práctica. Si en realidad queremos producir cambios, debemos comenzar por nosotros mismos, mirar atrás y descubrir a qué o a quienes nos queremos parecer.

Pero la burocracia comienza a mirar hacia afuera, donde están los otros (lo otro), y cree que está mirando al futuro. Estimula el cacareo como si el problema no le perteneciera, como si no fuera parte del problema, entonces implementa “el gallinero mediático” que en la mayoría de los casos no enfoca soluciones, desde un lenguaje clonado que cita “la fuente, el cantío”, pero no canta, no aprende a cantar, aunque se construya una apariencia de discusión y compromiso social, pero el asunto de fondo, no los comportamientos, no los efectos, sino las causas, las  grandes preguntas nadie las toca.

El cacareo nos corroe. Es una forma travestida de inmovilidad, abulia, silencio. No es crear una ilusión lo que urge, sino despertar una sensibilidad que a pesar de las penurias económicas y el limitado espacio para el diálogo, fomente viveros espirituales donde se salvaguarde el compromiso, la fe, la fidelidad y el respeto a la diferencia.

Fuente: Cimarronzuelo oriental.

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