domingo, 29 de diciembre de 2013

Alberto Guerra escribe verdades inmediatas no reflejadas en la prensa cubana

 
"Intento advertir que con nuestros nombres propios y sin complejos de aldea se puede alcanzar el universo."

Por Argenis Osorio (Escritor)

Conocido  en Cuba por “un manojo de cuentos y una novela” (cuatro de ellos adaptados al audiovisual),  y por haber obtenido premios literarios como el de cuentos de La Gaceta de Cuba, dos veces casi consecutivas, el escritor Alberto Guerra Naranjo, habla del oficio de escritor, su labor como jurado, la joven literatura cubana, los funcionarios de cultura, los Novísimos, la obra maestra, su nuevo libro de cuentos y otros temas de relevante actualidad.

Argenis Osorio (A.O): ¿A dónde cree que uno va cuando trata de ser original en la Literatura?

Alberto Guerra (A:G): A ponerse el sombrero del abuelo, como bien decía Marcel Proust.

Para parecer originales debemos ir  al origen, hacia atrás en el tiempo, en vez de pretender un futuro aún no probado. Cuando visitas uno de esos Bancos de venta de audiovisuales puedes notar que en todos se las arreglan para mostrar lo último en producción, la última película, la última serie, el último actor de modas, pero pocos, por no decir ninguno,  tienen una buena colección de filmes o de series antiguas que pudiéramos llamar clásicas, y eso ocurre en todos los tiempos, porque el humano tiende a creer que es en lo último que ha salido al ruedo donde podría encontrar originalidades. Profundo error.

En la escritura de ficciones ocurre peligrosamente lo mismo. Cuando algunos “jóvenes” pretenciosos intentan borrar de un plumazo la historia literaria anterior, corren a buscar entre ellos una falsa originalidad, y por desconocimiento terminan tropezando otra vez con las piedras ya advertidas por los mayores que se han propuesto negar. Una tendencia como esta anula y coloca en una crisis tremenda a la escritura de ficción; entonces, adviertes en las obras inmaduras de estos un esfuerzo inmenso por parecer  originales, apelando a variantes ridículas, por falta de estudio y de reconocimiento a las obras de los escritores anteriores.

He podido leer en algunas narrativas premiadas con bombos y platillos, frases espantosas como: echar un polvo, follar, pagar facturas, chicas, chicos, como si no bastara que el colonizador nos hubiera impuesto un idioma a la fuerza, que hicimos nuestro con el tiempo, con lucha, con sangre, con las aportaciones de un colorido propio, original, para que vengan ciertos tontos a pretender originalidad actualizando una especie de neocolonización idiomática en una región donde nadie folla ni paga facturas. Es como para desternillarse de risa buen rato, pero para preocuparse también.

Repito, ser original es saber ponerse el sombrero del abuelo. 

(A.O):¿Cree en las generaciones?

(A:G): Por supuesto, creo en las generaciones porque siento que pertenezco a una generación literaria específica, la que salió al ruedo de las publicaciones en los años noventa, donde había una crisis general en el país que barrió con todas las preceptivas anteriores acerca del concepto literario y nos convirtió en escritores distintos.

Primero nos llamaron Novísimos Escritores Cubanos, luego la Generación de los años noventa, los nombres no tienen importancia, lo importante era que leímos y venerábamos casi a los mismos autores, que concursábamos muchísimo y que fuimos antologados en todas las variantes posibles. Todo esto en los planos externos, pero en los internos puedo decirte que acabamos de modo radical con las preceptivas del realismo socialista, que nuestros héroes eran tan humanos como el vecino más feliz o el más desgraciado, que nuestras historias eran heroicas en la cotidianidad, que algunos fuimos escritores realistas y fantásticos a la vez, tratado de encontrar en nuestras ficciones una verdad inmediata que no era reflejada por la prensa.

Ah, y fuimos la última generación literaria que concibió la escritura de ficciones como sacerdocio, es decir, con sentido de entrega de la página hacia dentro y no como ocurre con alguna tendencia de la generación actual. Nosotros nos consagramos al estudio de la Literatura con mayúsculas como mismo podría hacerlo un estudiante de piano que pasa muchísimos años junto a las partituras sin esperar otra cosa que el dominio pleno del oficio. Tuvimos el pudor de considerarnos escritores inéditos que leían las obras de sus mayores con pasión inusitada en los talleres literarios, nos convertimos en especialistas en participar con el original y las dos copias en todos los concursos literarios, fuimos una generación de concursos y de antologías; la primera generación literaria reconocida internacionalmente gracias a antologías como Nuevos Narradores Cubanos (Ciruela, 2000), de Michi Strausfeld, libro traducido simultáneamente al francés, danés, alemán, italiano, que se distribuyó en Europa y Latinoamérica, dándonos a conocer como no había ocurrido antes.

(A.O):¿Podría escribir una novela en seis semanas si le pagaran  por palabras?

(A:G): Por supuesto, no me creo un mal escritor de cuentos por encargo y necesito dinero como cualquier mortal, ojalá apareciera ese editor necesitado de una novela por encargo en seis semanas. El asunto no está en el tiempo que demores en escribir textos por encargo, sino en las fuerzas, la necesidad vital,  la vocación y en la preparación que tengas.

En el siglo XIX prevalecía la escritura por encargo, Fiodor Dostoievski es un buen paradigma,  dictó El jugador para pagar sus deudas de urgencia a una joven taquígrafa que después sería su esposa; Alejandro Dumas, Balzac, Víctor Hugo, Maupasant, en Francia, vivieron en un ambiente de folletines por entrega para revistas; el médico Antón Chejov publicaba sus cuentos mensuales o semanales por encargo.

Varias veces me han propuesto escribir cuentos por encargo; la Editorial Capitán San Luis me ha encargado cuentos, uno aparece en el libro que denuncia el terrorismo contra nuestro país, Cicatrices en la memoria,  y otro en favor de la libertad de los cinco cubanos presos en los Estados Unidos, en el libro Desde la soledad y la esperanza. Ambos cuentos los construí con todas mis fuerzas de escritor de ficciones, eludiendo el panfleto y las vías fáciles con que te puede atrapar este tipo de encargos. Para mi regocijo los lectores me han dicho que no me quedaron mal.

Una vez escribí un cuento por encargo para una antología sobre el tabaco, Cuentos con aroma, y una editorial alemana me encargó un cuento de mil palabras donde debía aparecer una Habana sin prostitutas ni lenguaje violento. 

 
Participé en el 2006 en el Proyecto Entresures, que consistía en que seis escritores latinoamericanos viviéramos en las capitales de otros países por un mes, para luego escribir un cuento por encargo; acepté ese bien pagado reto y escribí Bos Taurus, cuento sobre vacas sueltas en la bella Buenos Aires.

 
Un buen escritor de ficciones, pienso, es un artista listo para asumir retos y el encargo no es el peor de ellos, siempre que no vendas el alma y aflore el demonio literario en cada palabra.

(A.O): Recientemente usted escribió un artículo con bastante resonancia, llamado Sobre la obra maestra, ¿podría referirnos cuáles fueron las causas que lo motivaron?

(A:G): Resulta que me enteré de un panel sobre Literatura Joven que se realizaría en el Centro Dulce María Loynaz y me pareció bien que se hiciera, siempre es bueno remover un poco nuestra apagada Cuidad de Letras, pero luego comenzaron a llegar a mi buzón de correo electrónico una serie de artículos interpretando lo ocurrido en el evento (incluso uno con audio de todas las intervenciones), donde se notaba cierta puja, cierta lucha de contrarios, entre escritores mayores y algunos jóvenes poetas y narradores, hasta que leí uno que me pareció excesivamente provocador, y como acababa de terminar, Lincon la Voz, el cuento en el que me consumía los sesos intentando una obra maestra, consideré que había llegado el tiempo de intervenir en la diatriba de marras. 

En esencia recomiendo a todos detenerse en las palabras de Ciril Connolly cuando dijo que “cuanto más libros leemos, mejor advertimos que la función más genuina de un escritor es producir una obra maestra y ninguna otra finalidad tiene la menor importancia" y enfatizo en que estamos muy mal si solo consideramos y promovemos a los escritores por los premios que obtienen y no por la calidad de los textos que publican.

(A.O): ¿A su juicio, cuándo una obra literaria llega a ser maestra?

(A:G): En el propio artículo que escribí recomendaba a todos enfrascarse en escribir un cuento “publicable, antologable, traducible, inolvidable”, o una “novela insidiosa, provocadora y bien escrita”.

Por ese orden creo que deben andar las cosas en cuanto a la escritura de “obras maestras”. Yo acabo de releerme El general en su laberinto, escrita por García Márquez a finales de los ochenta y tal parece que fue escrita anoche. Esa es una obra maestra.

(A.O):¿Cree usted que ya ha aportado a la literatura sus propias obras maestras?

(A:G): Por supuesto. Si me ajusto a la definición anterior puedo decirte sin falsa modestia que algo de eso he logrado.

(A.O):¿Podría explicarse un poco más, poner algún ejemplo que ilustre?
 
(A:G): No te voy a negar que al responderte esta pregunta corro el riesgo de parecer pedante, pero esas cosas no las digo yo, la confirman lectores, escritores,  estudiosos, críticos.

 
La doctora Esther Gimbernat indica, desde la universidad de Colorado, que el cuento Los heraldos negros, premio de La Gaceta de Cuba en 1997, es un exponente ideal de un nuevo término posmoderno: Glocalidad.

Corazón partido bajo otras circunstancias, premio de La gaceta en 1999, es mi cuento más traducido a otros idiomas.

Un texto como Disparos en el aula aparece en una antología, Cuentos históricos de la piedra al átomo (editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2003)  acompañado por textos escritos por los más grandes narradores hispanoamericanos de todos los tiempos. Cuando vi mi cuento en el índice de ese libro  entre Tema del traidor y del héroe de Jorge Luis Borges y Nos han dado la tierra de Juan Rulfo, se me salieron las lágrimas, aquello era el mejor premio por haber logrado una obra maestra, ya podía morir tranquilo.

(A.O): Blasfemia del escriba es un libro desordenado, ya que según sus propias palabras, no le asiste esa gracia de darle orden  a un libro de cuentos.  ¿Lo ve como un defecto, ha cambiado de opinión o ahora sólo se encarga de la novela donde al parecer cierto orden no es vital?

(A:G): Esta pregunta me ha hecho reír, Blasfemia del escriba no es un libro desordenado en el sentido exacto de la palabra, sino que es un libro donde advierto al comienzo que nunca sabré lo que es ordenar un libro de cuentos escritos según las circunstancias, y eso se debe a que me burlo de algunos colegas contemporáneos que cuando eran jurados de concursos o  comentaban sobre un libro recién impreso, explicaban conmovidos que ese libro de cuentos no estaba bien armado, o era desordenado, desorganizado, palabras que a mi juicio son banales. En un libro de cuentos todos los cuentos, escritos según las circunstancias, deben estar primero bien escritos y después bien escritos, lo del orden no interesa mucho, me parece.

(A.O): Personalmente, me gustaría comentara el cuento Corazón partido bajo otra circunstancia, ¿cómo nació esa historia, qué dolores de cabeza le llevó escribirla, qué satisfacciones...?
(A:G): Acababa de regresar de México, de la feria del libro de Guadalajara por haberme ganado el premio de La Gaceta de Cuba de 1997 con Los heraldos negros y un buen poeta y hombre de la radio, mi compadre Estanislao Cordero, me invitó a una fiesta en su casa. Allí unas muchachas estaban comentando sobre un violador que había abusado de una colega suya y yo comencé a hacer preguntas; fue como si alguien me dijera, corre y escribe eso, Alberto, mañana mismo, pero corre. Entonces comencé a ir en bicicletas todos los días durante un mes exacto desde mi apartamento en El Reparto Flores hasta la casa de mi madre en Marianao, donde estaba la computadora 486 familiar, unos seis o siete kilómetros, y fluyó la historia.
 
Por supuesto, quería escribir la mejor historia que se hubiera escrito jamás, de lo contrario no escribo, así que intenté una estructura formal que se apartara del lugar común, porque el cuento trataba el lugar común, una penosa situación dramática con personajes comunes. Traté de escribir una historia con novedad en la estructura, con un tipo de narrador que navegara suelto entre personajes mundanos e inmediatos, que fuera capaz de detener la historia a conveniencia e irse por otras variantes; intenté un texto donde se mencionaran artefactos como “camello”, palabras como “sancocho” y no molestaran al lector más exigente, porque debía quedar atrapado por los atajos formales, ni al lector corriente por estar atrapado en la tensión de lo que se cuenta.
 
Me dio satisfacción escribirlo, y muchísima alegría en todos estos años, fue uno de los cuentos que primero se adaptaron a la televisión en este milenio, está traducido al inglés, francés, italiano, alemán, danés, ha sido muy antologado, se estudia en varias universidades y no me vas a creer si te digo que no me rompí tanto la cabeza para escribirlo como pudieras pensar, por lo menos no en el proceso de escritura. Creo que padecí más con el pedaleo que escribiéndolo. Era el año 1998, recuerda aquellos pesares, y al año siguiente con él obtuve el importante premio de La Gaceta de Cuba por segunda vez, y, para mayor placer de un pobre escritor vanidoso como el que te habla, hasta ahora he sido el único en lograrlo.

(A.O): ¿No teme arribar a la incomunicación con el lector, toda vez que muchas de sus historias, muestran rupturas temporales y espaciales inusitadas en la Literatura Nacional?
(A:G): Antes no temía a esos riesgos porque los lectores asumían la gracia que tiene la profundidad artística, pero ahora con este nuevo tipo de lector, inmerso en la revolución tecnológica, he tenido que adaptarme y suavizo un poco las historias, ofrezco menos retruécanos, trato de ser más explícito, les preparo las cucharadas formales con más precauciones, utilizo el humor como salida airosa, pero sin abandonar mis intentos de parecer profundo. O sea, me adapto a la nueva situación o perezco como comunicador de ideas, no olvido que necesito resonancia, intercambio.
 
Hace poco escribí un cuento asumiendo los modos actuales de concebir historias, empleé frases cortas, separadas, que dieran apariencia de muchas cuartillas, cuando se sabe que si se juntan no llegan ni a la mitad de las páginas. Esas maneras son utilizadas por varios escritores, no solo en Cuba, y  escribí El pianista de cine mudo desde esa perspectiva, para ver si lograba sostenerme con esta otra forma medio suave, y te confieso que he recibido resonancias.

(A.O):¿Qué privilegia a la hora de escribir, la anécdota o la estructura?

(A:G): Soy un discípulo rotundo de esta frase de Walter Benjamín: “no es el contenido ni la forma lo que importa, es la sustancia, solo la sustancia” Desde que pienso la historia que quiero escribir, anécdota y estructura vienen juntas y con el mismo propósito de que parezcan originales, irrepetibles, recordables, inolvidables. Es lo que he intentado en cada una de las historias que he escrito, para ello trato de encontrar las maneras menos trilladas de contar algo, sin privilegiar ninguna de las dos vertientes.

(A.O): ¿Qué criterio le merecen las versiones televisivas a sus historias?
(A:G):Solo son versiones televisivas, y la mejor es la dirigida por Charlie Medina, Los heraldos negros, donde soy guionista y con la que obtuvimos el Premio Board Casting Caribe al mejor audiovisual del 2011.

(A.O): ¿Estaremos en la isla, urgidos actualmente, del detector de que hablaba Hemingway, o todo va bien?

(A:G):En la isla como en el mundo entero las cosas marchan, cada día que amanecemos y despertamos vivos es un día para agradecerlo, vivir es lo más difícil del mundo y la muerte un contrario advirtiéndolo en cada minuto.

 
Por supuesto, el detector hemingwayano debe estar engrasado y cerca para vivir mejor, pero sin que nos convirtamos en seres negativos, retorcidos y rencorosos.

(A.O): Si tuviera la oportunidad de crear su propia editorial, ¿cómo sería?

(A:G): Nunca he pensado en crear mi propia editorial, preferiría crear un Café al que pondría Café Naranjo y en el que arribarían amigos escritores de todas partes a conversar sobre libros y escrituras aunque no me paguen.

(A.O): ¿A qué hora escribe, tiene algún rito?
(A:G): Solo cuando no puedo evitarlo, cuando tengo la necesidad de sacarme una historia, entonces escribo a cualquier hora hasta que termino la primera versión,  después la leo a todo el que ande cerca o la envío a cualquier amigo que tenga correo electrónico. El proceso de escritura me da un placer tremendo.

(A.O): Su labor como jurado en Cuba, en no pocos concursos literarios  de relevancia,  seguramente le ha traído alegrías y amarguras. ¿Podría comentarnos al respecto?

(A:G): Uno de los peores momentos ha sido cuando participé en el Casa de las Américas 2013 como jurado y, en contra de mi voluntad,  el premio resultó desierto.

(A.O):El tema del racismo en la isla pareciera el de nunca acabar. Usted es un escritor negro. ¿Se ha sentido marginado en algún momento, cuál es su punto de vista sobre el tema?

(A:G):Debo advertirte que solo intento ser un escritor a secas, de hecho creo que he logrado ser un escritor cubano, sin otra distinción para probarlo que un manojo de cuentos y una novela. El color no salva a nadie de la mediocridad y no puede ser patente o carta de presentación. Yo soy un escritor cubano, un ciudadano del mundo y tengo color negro en la piel, pero lo importante es que los lectores sientan que soy buen escritor.

(A.O): Su novela, La soledad del tiempo, es una especie de radiografía a ciertas zonas del mundo literario nacional contemporáneo. Háblenos de su proceso y de las repercusiones una vez publicada.

(A:G): Esa novela cuenta con más de quince reseñas críticas que agradezco mucho porque hablan de su limpia repercusión entre lectores nacionales y de otras regiones. Algunos la consideran entre las diez mejores publicadas en la primera década del nuevo milenio y todavía los lectores me detiene en la calle para comentarla. Si tuviéramos mejores estrategias de reedición la editorial que me la publicó debería haberla publicado en varias ediciones, según se agotara, porque no duró mucho en las librerías. No hay satisfacción mayor para un escritor de ficciones que ofrecer resonancias con sus lectores y ese es mi caso con La soledad del tiempo. 

(A.O):¿Ha escrito poesía,  sigue yendo al mercado por frutas y verduras, cómo le miran en el barrio, qué le llena de felicidad y qué le pone triste, le ha apoyado su familia en su labor?
 
(A:G): En el barrio me miran como un tipo raro, me dicen “profe” o “el escritor”. A veces camino a la bodega y saludo a quienes juegan dominó con la sospecha de que alguno de ellos piensa que mi oficio es extraño; pasan mis cuentos adaptados por la televisión, publico libros, ofrezco entrevistas en periódicos, pero visto y calzo como ellos, sin carro de lujo ni cadenas de oro. Un vecino  cierta tarde se acercó a decirme, Profe, hay un debate tremendo entre nosotros, unos dicen que usted es grande y otros que no tanto. Aquello me dio una gracia tremenda, un escritor no debe esperar otra cosa que la limpia resonancia.
 
(A.O):¿Qué opinión le merecen los funcionarios culturales de este minuto?

(A:G): Un funcionario de cultura, a mi juicio, ocupa un puesto público para servir a otros; un escritor que asume un puesto como funcionario de cultura debe conocer que está allí, detrás de la mesa de oficina, para servir al resto de los escritores. Yo no le veo otra misión.

Será por eso que detesto con todas mis fuerzas (y se los hago saber siempre que puedo)  a esos jefes de algo que levantan la nariz aristocráticamente y comienzan a levitar como hadas madrinas cuando llegan a las actividades, o utilizan el cargo para traficar influencias.

Conozco buenos escritores en cargos de funcionarios de cultura y conozco a personas  equivocadas y detestables ocupando esos puestos.
 
(A.O): ¿Cuál será la próxima entrega literaria de Alberto Guerra?

(A:G): Acabo de terminar un nuevo libro de cuentos, desordenados, caprichosos, escritos según las circunstancias, pero con todas las herramientas, motivaciones, amplitudes temáticas y provocaciones posibles.
 
Intento advertir que con nuestros nombres propios y sin complejos de aldea se puede alcanzar el universo. Soy feliz.

1 comentario:

  1. La entrevista realizada al escritor Alberto Guerra me ha dejado un buen sabor a cubania en mí. La encuentro muy interesante y su lenguaje tan profundo y llano al mismo tiempo, me da la alegría de sentir como en mi Habana se lucha por la buena literatura. Por subir de tono la cultura ...Una linda entrevista. Felicidades a todos en Caracol de agua. Gracias.

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