Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Soltar un conejo en una pradera cercada, para luego cazarlo, es una metáfora que obliga a pensar en las mínimas posibilidades de escapar que tiene. Son varios cazadores apuntando a un mismo blanco, por tanto, alguno sesgará su vida y anotará una presa más en su repertorio. Huir es la alternativa, yo diría que correr en zigzag para burlar los disparos, sin embargo, están los perros, capaces de oler cualquier escondrijo y morder hasta matar. Otra variante pudiera ser detenerse y estar dispuesto a ser domesticado, pero también entraña varios peligros: comer en la mano de un cazador nunca será bueno, pues cuando quiera podrá degollarlo para una cena en casa con sus amigos. Lo mejor será no jugar a matarlo. Merece vivir en ese encanto natural llamado libertad. Entretenerse asesinándolo es una vileza que tarde o temprano vuelve al animal contra el hombre. Sus carnes no darán placer alguno al comerlas, las pieles no tendrán belleza. Nada mejor entonces que verlo desde lejos, junto a su familia, llevando la vida soñada por un conejo.
Carlos Rodríguez Almaguer: excelente, hermano!
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