Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Nuestro pueblo necesita conocer
cómo se ha construido el periodismo cubano en la Revolución para juzgarlo con
conocimiento de causa, y no hacerlo a partir de referentes mediáticos del
capitalismo contemporáneo. Una teoría del periodismo en el socialismo, primeros
años, luego del triunfo, sólo disponía
de la experiencia soviética; con ella tuvimos que contar necesariamente y desde
ella caminar al futuro.
Es cierto que la prensa de la Unión Soviética nos
legó formatos de información donde
predominaba el esquematismo y la chatura en la producción comunicativa y
cultural. Es cierto también, que nuestra condición de plaza sitiada, por una
potencia imperial, condicionó unas maneras de hacer enmarcadas en el
secretismo, el triunfalismo y una retórica panfletaria.
Pero todas esas barreras deben
quedar atrás, pues en las actuales circunstancias, el periodismo cubano, no solo debe
satisfacer las necesidades del pueblo, -las más visibles e inmediatas-,
sino también, estimular el nacimiento
de otras necesidades y actitudes, -subrayo
actitudes-, que empoderen a la gente en
el actual proceso de actualización del proyecto de país.
La realidad pide a gritos
espacios de transparencia que permitan a la gente estar mejor informados y
participar calificadamente en cualquier debate, sea cual sea. No puede seguirse
el modelo de pensar arriba los procesos y crear formas de consultas ajenas a
los intereses reales de las personas. No puede ser que otros piensen por los de
abajo y los flujos comunicativos no ayuden a explicar esos procesos.
Son tiempos en que la prensa debe
ayudar al empoderamiento de los actores sociales, no desde retóricas difusas y
poco convincentes, sino desde denuncias inteligentes, basadas en
investigaciones de fondo, no en orientaciones de organismos superiores, -muchas
veces al margen de los contextos donde se generan los hechos noticiosos-. Fortalecer
la institucionalidad es la principal aspiración en la actual coyuntura.
El periodismo cubano debe
facilitar, con sus mediaciones, que la sociedad pueda conocerse, escucharse y
sentirse como un organismo social vivo. Negarle
ese papel es una herejía que tarde o temprano será nuestro talón de Aquiles.
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