Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Llevo un Caracol de agua que
duerme en mi cabeza y despierta ante hechos cercanos que llaman su atención.
Lentamente toca los ojos de la gente, que de vez en cuando empujan para que pueda subir la pendiente
y sortear las barreras colocadas en su
ascención a la cubanía. Llevo un Caracol que amo y me ama, lo riego con palabra
fresca día a día, creo en su alcance, a pesar de sus pasitos breves, pero siempre
llega a los que tienen que leerlo para entonces tomar las huellas y poner luz,
allí donde todo parece oscuro. Pero tener un Caracol implica sentir la noche,
la espesa humedad sobre cada movimiento y entonces miras arriba y el árbol es
muy empinado; descansas y sigues, aunque miles de hormigas aguijoneen
el pequeño cuerpo y no quede otro remedio que seguir, aunque sepas la moraleja
del salmón. Llevo un Caracol que se me duerme en la palabra, porque estas no
consiguen alas para volar y convertirse en palomas con flores mariposas en los
picos y carjax llenos de poemas de José
María Heredia y José Martí. Llevo un Caracol ya dormido, definitivamente
dormido para tomar los cielos y hacerse
de esa luz que tanto ha buscado. Mi Caracol muere de muerte natural,
como esa dialéctica de las especies donde todo ser vivo nace, crece, se desarrolla y fenece. Mi Caracol agoniza, un niño juega a los
gallitos con él, seguramente otro niño romperá su cresta y entonces, nadie lo recordará,
porque los caracoles guerreros sólo sirven para hacer el mañana que otros
recorrerán en el futuro.
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