viernes, 14 de agosto de 2015

¿Ráfagas cortas o claridad desértica en Cuba?



Por Arnoldo Fernández Verdecia. afdez@enet.cu 

“Ráfagas cortas” de Orlando Concepción acaba de ser publicado por Ediciones Unión aquí en Cuba. Su autor es de Contramaestre, en el oriente insular, fallecido el 1 de noviembre de 2010.  Por años descansó en un colchón editorial hasta que se produjo el milagro, cuando él ya no estaba físicamente entre los vivos, de ser aprobado por un comité de selección. La ilustración de cubierta es de Andrés Batista Valdés, también de la patria local, y tiene mucho que ver con las narraciones interiores, a veces fragmentadas, a veces como un haz luminoso ante los lectores; pasan y dejan una estela de humo laberíntica, otras, una claridad desértica.

Yo creí en “Ráfagas cortas” empecinadamente, defendí su estructura como libro, por encima de amigos cercanos que no aseguraban fuera publicada, por el desbalance interno en la prosa narrativa de la obra en su conjunto. Tuvieron razón en  parte, porque es muy difícil lograr ese total equilibrio en 33 piezas de un mismo mecanismo. Sin embargo, pasó la prueba de fuego.

El texto comienza con “Rebeldía”, y fue un aserto de su autor colocarlo como ventana al resto de los textos, pues su fáctura es lograda, alcanza una tensión máxima, su tono crece y por momentos es novedosa la manera de narrarnos esa sucesión de personas que intentan probar fuerza ante un ser crucificado, que nos contemporaniza el martirio cristiano: “”El hombre acostado sobre el madero   se mantenía en silencio, con la mirada perdida  en lo infinito”.

Luego vienen  una estela de cuentos cortos que viajan retrospecctivamente  a micromundos donde la familia, los amigos y las vivencias asociadas a las luchas emancipatorias por un mundo de paz y justica, son los principales protagonistas. En esa cuerda bailan una gran cantidad de los textos, a veces resultan demasiado sencillos,  empacados en esa opacidad de mostrarnos a un héroe que quiso serlo, -lo fue-, pero sus contemporáneos nunca lo vieron así. 

Quizás el libro vuelve a ganar en intensidad dramática a partir del cuento “Los que niegan”, donde la huella de lo cristiano secular vuelve a aparecer ante el lector: “Olvido las Sagradas escrituras. No atiendo  afirmaciones futuristas de los apóstoles. Ignoro lo que pronostican los profetas”… En lo adelante, movido por un sigzagueo eléctrico se acerca a temas universales, pero lo íntimo asoma su cabeza una y otra vez en una especie de fantasía onírica,  donde lo mismo pasan ante el lector, extraterrestres, reminicencias lezamianas, pases homoeróticos, que zonas comunes como viajar, una madrugada, un oasis o sencillamente un vestíbulo donde la muerte reina. Ese ojo apuntando hacia lo íntimo, por momentos se torna autobiográfico, pues el lector se da cuenta que pertenecen a las angustias, esperanzas y los pedestales caídos, que asechan como círculos al narrador, inmerso ante el dilema de ser o no ser, en un mundo donde las sombras empiezan a barrer la luz.  

Algunos cuentos, ya en la recta final de “Ráfagas cortas”, son dignos de ser antologados como “La difícil espera”, “La venganza del reo”, “Círculo vicioso” y “Visión”: “Si no era ella, se trataría de un alma gemela. Ya estaban frente a frente, pero ella siguió caminando y como si fuera transparente  su cuerpo atravesó al periodista, que sintió un frío que lo recorría completo”. Otros,  en el cierre, otean lo social cercano y retratan valores corroídos por un mundo de impredescibles consecuencias para el ser humano, encerrado en una atalaya donde cree saber el futuro: “Esa noche comenzaron los disgustos porque yo convertía en pesadillas lo sueños de Juan Candela, o de su padre o tutor, Onelio Jorge. Lancé  la amenaza a la noche: ¡A la puñeta todos, partida de descreídos!”.

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