Ha muerto José Fernández. Tenía apenas 24 años. |
Por José Manuel Garofalo.
Estoy tan conmovido que me tiemblan los dedos
sobre el teclado de la computadora. Acaba de matarse en un trágico accidente el
pitcher cubano José Fernández.
Un
día vino a los Estados Unidos tras un sueño. Una madrugada, luego de tres
intentos para salir de su isla amada, supo que una mujer había caído al agua;
se tiró a salvarla con apenas 15 años, era su madre que se ahogaba y por esas
casualidades del destino, pudo devolverla a la vida.
Al
llegar matriculó en la
High School en Tampa y se apuntó en las prácticas de béisbol.
Los scouts de los Marlins lo captaron para el equipo de Miami. Ya acabando esta
temporada iba por 14 o 15 triunfos, en un equipo que no tiene gran poder
ofensivo. Que si es con el Chicago Cubs, o Boston o lo royales de Toronto, que
si tuviera más de 2O victorias, eso no es lo principal; la verdad: era orgullo
y paradigma de voluntad y superación para la juventud. En sus palabras siempre
se declaraba sencillo, modesto, pero con un énfasis puntual donde no había
espacio para la derrota. La principal divisa de su vida: GANAR, TRIUNFAR.
La
lancha rápida en que viajaba tropezó con un islote y junto a dos amigos nunca
se enteró que salía de la vida para entrar a la muerte.
No
puedo quitarme de la cabeza imaginar el rostro de su madre y familiares al
recibir la noticia; sus compañeros de los Marlins, los peloteros de otros
equipos de Grandes Ligas y toda la comunidad de latinos y sajones, amantes de
su pericia al ganar partidos de béisbol.
Ahora
llega una muerte súbita que nos lo arrebata; les juro que lo siento como si me
hubieran arrancado a un hermano menor, a un hijo, un nieto... Caramba, el
destino, la fatalidad se ensaña en los nobles, en las buenas personas; por eso
desprecio a la muerte, al diablo, las carabelas; porque no tienen piedad y
destrozan vidas de tanto valor.
Estoy
triste. Ando bien triste. No puedo remediar el hecho de sentirme muy triste. Ha
muerto José Fernández. Tenía apenas 24 años. Todos los cubanos lo sentimos como
si se nos hubiera ido un familiar muy querido.
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