Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Toda la vida me la he pasado
caminando en Santiago de Cuba, loma arriba, loma abajo, una y otra vez, atravesando
lugares para llegar más rápido, quizás movido por esa frase: un
trillo acorta el camino y nos lleva enseguida al destino elegido. Pero caminar
tanto agota, sobre todo cuando miras al
lado y aprecias que muchos van cómodamente instalados en carros lujosos o
estatales y el sol no ataca las células
que nos hacen envejecer a toda velocidad. Generacionalmente me pregunto, ¿tendré
fuerzas para seguir por esas crestas, ayudado únicamente por mis piernas y las
motivaciones intelectuales que hacen girar el molino allá en lo profundo de mi
cerebro? Mis amigos se hicieron grandes jefes, oficiales de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias; de vez en cuando me dan un aventón y dicen: “Arnoldo, no has
tenido suerte; con el potencial que tienes hermano”. Les hablo de mis libros, mis artículos, mi
maestría en ciencias sociales y pensamiento martiano; ellos ríen y muy serios señalan: “Hermano,
eso no da comida, estabilidad para el hogar.
Te marchitas y nos sales del potrero donde vives. Estás envejeciendo y
no haces nada por detener la caída”. Sigo aferrado a mis certezas, pero mis
amigos recorren la vida a mayor velocidad; tienen caminos más cortos, llegan
adonde quieren; sin embargo, yo sigo una y otra vez empeñado en subir lomas, esas que hermanan hombres y oxigenan el alma, cuando otros la tienen
tomada por la oscuridad de los tiempos. Pero la verdad, de la verdad, aunque me
cuesta reconocerlo, los cubanos de a pie también nos cansamos, si nuestras
virtudes son ignoradas por esos trotamundos que van al timón del carro.
Eso sucede, cuando en verdad la distribución no se hace con arreglo al trabajo, cuando en verdad no es como lo esclareció Marx en la "Crítica al Programa de Gotha", sino como denuncia la canción del dúo Buena Fe, "SEGÚN SU PICARDÍA."
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