Por Haylenis
Fajardo Guerra
Conocí a Eduard Encina más de media vida
atrás. Fue también en un septiembre alborotado por el paso de nivel y la
certeza de que los próximos 3 años servirían de escenario a mi irreverencia.
Allí estaba él, siendo parte del claustro de profesores que nunca integró.
Eduard era una Isla, una de esas que está en medio de todo. Tenía una carcajada
única y las manos toscas y pequeñas, lo noté la primera vez que lo tuve
enfrente. Como profesor no tuvo tiempo de enseñarme demasiado, dejó de serlo
muy pronto, para convertirse en una parte de mí que no puedo definir aún.
- Eres un animal- me dijo una
vez- uno lindo, no te preocupes, uno de esos que tiene garras y dientes pero va
por la vida luciendo una piel hermosa.
- ¿Cómo un tigre?- pregunté- No. Como un Animal- y estalló en esa risa de ángel
y perverso. Tiempo después entendí todo.
Recuerdo cada uno de los mosaicos
que pisé para llegar a la cátedra que compartía con Daniel (Reyna). Recuerdo
también la primera vez que estuve frente a la puerta de madera que no se
ajustaba con el marco y había que suspenderla un poquito para poderla abrir.
Ese lugar era terriblemente ordinario desde fuera e indescriptiblemente rico
dentro. Recuerdo que era un espacio cuadrado sin esquinas. Las ideas se amontonaban
en los rincones. Muchas veces, mientras él hacía malabares sobre un lienzo (alguna
vez le dio por eso) me pedía que leyera fragmentos de alguna cosa impensable
para mi en aquel entonces, como “Crónicas de una muerte anunciada” o algo por
el estilo, supongo que para tocarme alguna fibra y reírse luego de mis
enredadas reflexiones y mis múltiples caras de desconcierto.
-No me gusta este tipo- le dije un día, hablando del Gabo, luego de hacer
trizas "El Coronel no tiene quien le escriba y otros relatos"-
- Creo que no entiendes al tipo-
respondió dibujando esa sonrisa...
Este septiembre, a más de 90 millas, mientras
corría para escaparme de la tormenta, él echaba su última batalla. No corrí lo
suficientemente lejos. No hay manera de hacerlo. No describiré el instante en
el que leí en letras altas en Facebook que ya no estaría más…. Ni los
interminables instantes que vinieron después… ni los otros y los otros que le
seguirán.
Soy una mujer, a veces cínica que
además sabe olvidar. Soy feliz porque se olvidar. Sin embargo, Eduard llena un
vacío que llevaré por siempre. Es una especie de hueco medio sordo, como un
silbido grave, es molesto. He aprendido sobre la muerte a base de muerte…
primero mi padre, ahora él… la muy puta tiene un gusto refinadísimo….
Pienso en sus últimos minutos e
imagino que sintió mucho miedo, que sin mirarla a los ojos le escupió un sin
número de reproches, creo que le suplicó que no lo hiciera, que estaban sus
hijos rodeados de la valentía de una mujer con Lupus, que estaban sus cosas
incompletas... Debe haberle mostrado una por una sus ganas de vivir, sus
razones para hacerlo… pero ella es una puta con buen gusto seducida por la luz.
Ñooo mi niña;te vaciaste. Hoy habemos muchos con un saco de preguntas al hombro, y un hueco en el alma. Mi beso.
ResponderEliminarSentidas palabras..infinito dolor
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