Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Metido en un Caracol, paso a
paso, he comprendido la hora del día en que mejor se escucha el Amor. No todos
pueden hacerlo, la mayoría sordos, atrapados en los deseos insatisfechos, nadan
en las ansias de adorar un objeto; hasta llaman Maná al que por obra y gracia
de la magia, los hace imaginar el Amor en una marca o algo muy valioso
materialmente hablando; en fin, el metal falso que hace perder el sueño al hombrecillo huérfano de ideas y afectos
sinceros. Pero el dinero hace falta,
nadie puede ignorarlo, porque nos eleva y salva ante lo indigno. No es lo mismo
el consumismo enfermizo de cosas, al consumo natural, indispensable para la
vida. Comer un bistec de res, un pollo asado, un pescado al horno, un queso
holandés, ¿nos hace acaso personas dominadas por el mercado pequeño burgués? En
el consumo natural, no caben las ideologías diferenciadoras; los clichés
soplados por ideologillos de barro. Comer,
vestir, recrearse, soñar, saberse Uno, sentirse Uno, aceptarse como Uno, es lo
que nos da una personalidad y entonces viene lo de las clases sociales, los
partidos políticos, los regímenes, las democracias de todo tipo… El hombre
natural primero; luego todo lo demás; así lo leí en Martí, al escribir sobre
Emerson. Creí que el amor a distancia era algo
dieciochesco, demasiado romántico, pero cuando se experimenta en la más
profunda sensibilidad, entonces puede entenderse al poeta José María Heredia, al ideólogo de la nación cubana
José Martí, al novelista Alejo Carpentier; trabajaron por dinero, pero amaron intensamente. Lo hacían para liberarse de las miserias que anulan el
entendimiento y ponen ceguera en las decisiones más cuerdas. El dinero es el
amo del hombre, error graso si lo valoras así. El hombre necesita el
dinero; enfocado de esta manera, salva,
eleva, fortifica, dignifica, es un tonificante de la vida. Con él a nuestro
lado podemos comprar libros buenos, viajar, ir hasta el Amor, donde quiera que
esté; ninguna ideología, por muy estricta
que sea, puede detenerlo. Hay países que demonizan el dinero, no obstante, uno
ve en la farándula a los hijos de los
ideologuillos, huyendo a ese mundo de supuestas frivolidades y falsas amistades,
a darse la vida donde el humilde no tiene entrada, porque no tiene dinero, es
un don nadie. El dinero compra todo, aceptado así, nos pierde moralmente. El
dinero hace el milagro de la vida; desde
ese costado, aprendemos a valorarlo en una puesta de sol, un amanecer, el
zumbido de un Zunzún, el trino de una
Tojosa; nos da el tiempo y la tranquilidad para apreciarlos. Viajar es el
anhelo más grande de todo ser humano. Se aprende más viajando, que leyendo
libros. Pero cuando uno vive en un círculo de humo y la vida se escapa entre
los dedos como agua derramada, uno empieza por aceptar esa domesticidad de lo mismo, lo de siempre, lo cotidiano; de
tan natural, nos hace imbéciles, absurdos, esperamos todo de una instancia
suprema y no hacemos nada por elevarnos, mirar a otros cielos, saber cómo es el
chile de los mexicanos, la cerveza holandesa, un plato de mariscos en París,
una pizza en Italia. Leer a los grandes viajeros hace daño si domina tus días
la convicción de que nunca podrás hacerlo. Los jóvenes leen muy poco, quizás
por eso son tan buenos viajeros, no temen lo desconocido; hasta la misma vida
la dejan por alcanzar lo que sus pensamientos desean. ¿Acaso está mal que lo
hagan? No lo creo. Todo joven quiere
probarse, saberse digno de la especie; puede errar, pero al menos hizo todo por
lograrlo; lo triste es la cadena de lo mismo, siempre atenta a las palabras, los goces y mandarte a un
saco adonde van a parar las papas podridas, las que pueden generar la catástrofe
ideológica. Lo podrido fuera de control. El temor de la papa contaminada es el
arma de los ideologuillos. Se dice que la Cultura es la razón del Hombre; pero cuando se
piensa como ideologuillo, la
Cultura es peligrosa, porque tonifica el alma y hace desear
al Hombre lo imposible en el reino de las papas sanas. Metido en un Caracol, mi
flor cultivada en un asteroide llamada Carolina, lejos de los extraños, me ha
enseñado la hora del día en que mejor se escucha el Amor. Me ha dado lo que el
Maná niega a los buscadores de piedras falsas: el verdadero AMOR, no el de las
papas, tampoco el distribuido por los ideologuillos. La tierra donde la he cultivado
está abonada por la Cultura,
allí no hay gusanillos, ni reinos de papas mansas. Crece, crece. Es UNA, como
yo aprendí a SER UNO en medio de los
días falsos.
ALEJANDRA CAROLINA: GRACIAS POR SUS PALABRAS, TU ASTEROIDE...EN NOSOTROS NO HAY GUSANILLOS NI REINO DE PAPAS MANSAS, AQUI REINA EL SENTIMIENTO, EL VERDADERO AMOR QUE CRECE Y CRECE CADA DIA....TE AMOOOOOOOOOO
ResponderEliminar