Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Cuánto
me gustaría que solo fuera un nombre de mujer, o sencillamente el de la señora
con la que me reúno cada noche en mi barrio a parlotear y reírme sabroso; pero
no es así, Irma es un poderoso huracán categoría 5, con vientos de casi 300 kilómetros. La
gente anda asustada, tiene percepción del riesgo. Nadie es ingenuo después de
Sandy y Matthew. Compran lo que sus bolsillos pueden. Almacenan agua potable. Se
aferran a la oración divina, esperan un milagro bienhechor que aleje la bestia
de tierra cubana. Otros invocan a la
Virgen de la
Caridad del Cobre, al mismísimo San Pedro. Lo cierto es que el cubano de a pie tiene miedo; no es fácil
quedarse con una muda de ropa y ver la casa volverse escombros. Algunos lamentamos no tener un techo de
hormigón, cuando en verdad pudimos hacerlo; pero fuimos malos planificando y
vivíamos según las posibilidades y lo que iba cayendo gracias a manos solidarias.
Con dolor pienso en mis libros acumulados en décadas de sacrificio; o mi vieja
computadora que llamo cariñosamente mujer más amada. No puedo creer que Irma me
los dañe. Pienso en mis gallinas ponedoras que dan seis o siete huevos diarios;
mis patos, mis gallos, incluido el fino, y un extraño vacío se apodera de mi
estómago. Bartoly, Mitton y Lichi (mis
gatos) y Cuquita (mi perra), irán conmigo al refugio. No los dejaré atrás. Son
parte de mi familia. Cargaré las cosas que en mis años de vida he acumulado,
aunque viejas la mayoría, pero me han servido con lealtad. Terminando estas
líneas, escucho a Irma vomitando truenos y lluvia. Ojalá y sea únicamente un nombre, sólo eso. Ojalá y el
viernes pueda conversar con la
Irma de mi barrio y reírme sabroso de sus ocurrencias. Ojalá
y sea una noticia que no tocó mi casa, ni la de mis vecinos.
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