Mi última foto de mi primo Seba junto a su amada de la vida entera: "Ñaña". |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Nadie como él sabía secretos de
historia, de lugares donde leyenda y
fantasía se unían. Era obligatorio ir a su encuentro; disfrutar sus
conversaciones sobre el oficial español de los tiempos de la colonia, enterrado
en un sitio que sólo él sabía; me confesó que allí había cuantiosas riquezas;
pero también, -casi en un susurro- me habló
del aparecido que salía en el pozo de los abuelos de Anni en Baire y la botija que anda por allí todavía
oculta y que sólo Sebita, su hijo mayor, puede encontrar. Era así, fabulador
por excelencia. El tiempo se detenía cuando la elocuencia abría los ojos en su
lengua.
Siempre lleno de detalles, el
chicharrón recién frito, el trozo de yuca hervida en la mano, o una lasca de
jamón para un “probao”, como acostumbraba decir. Era tan generoso, que muchos no
llegaron a valorarlo en su profundo altruismo.
De niño todos teníamos un Seba,
porque inventó viajes a las playas más hermosas de Holguín, como Gibara,
Guardalavaca; el camionero ideal, -decíamos-, buen chofer y sabía interpretar
el espíritu de la gente y los niños que íbamos a bordo.
El Día de las Madres buscaba al
maestro Villa, a Walter y la madrugada era un trío asomado a cada casa. Lágrimas negras, Son de
la loma, Cuidadito compay gallo, el Chan chan y todas esas delicias de la vieja
Trova santiaguera, nos hacían cantar a coro y nadie permanecía en la cama. De
hogar a hogar, se sumaban muchos y cuando llegábamos a la casa del tío Felo,
éramos un montón de gente, rones alegres, puercos asados, patos convertidos en
fricasé, o un Seba vestido de comadre, diciendo oraciones a las señoras
respetadas del barrio. Nunca olvidaré sus labios pintados, aquel vestido de tía
Ana metido en su cuerpo y los tacones de
Idania (Ñaña), su amor de la vida entera, que no lo dejaban caminar de tan
altos.
Seba soñó ver la casa donde el
nació convertida en monumento nacional, porque cinco noches, durante la toma
del BANFAIC, Fidel Castro durmió en la cama de sus padres y comió allí. Nunca
entendió la posición del historiador de Contramaestre, que no se atrevió a
reconocer los valores patrimoniales del lugar donde él había nacido. En sus
últimos minutos me alertó sobre el destino que darían al Aserrío histórico, lo
que pretendían hacer la gente de la Forestal. “No puedes permitir eso Nolito”, eran
sus palabras. Él me nombró historiador del Barrio. Lo consideré siempre un
consejero muy especial.
Dolía mucho verlo, consumiéndose
en aquella enfermedad terrible, comiendo su estómago, reduciendo su hambre
enorme, pero tan aferrado a la vida, los nietos, su Ñaña amada; Nacho, Sebita; con
unas ganas inmensas de abrir los ojos cada día y apreciar el amanecer.
Cruce de Anacahuita nunca olvidará a Sebastián Rosales Fernández (Seba), -mi primo-, pues seguirá
siendo el que compartía el único televisor del barrio en los 70 del siglo XX para
ver las aventuras; el que nos llevó a conocer las playas hermosas de Cuba y el
que nos enseñó a amar la historia del lugar donde nacimos. La muerte lo llevó a su reino sin haberle
permitido cumplir uno de sus grandes sueños: visitar Estados Unidos y tomarse
una foto ante la Estatua
de la Libertad.
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