Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Vuelvo a ser yo, una rara y hermosa sensación después de años de sentirme prisionero del personaje que fui en la vida, principal responsable de robarme mi propia libertad, incluso la dignidad de negarme a mi mismo.
Vuelvo a ser el que no olvida sus raíces, el campo donde vivió sus primeros 23 años de vida y sonreía cada minuto, comía naranjas y hacía maromas con la azada, mientras su padre viejo se ponía bravo porque aún no había cumplido los 10 troncos que debía desyerbar cada día.
Vuelvo a ser el que hizo de la lectura una pasión, un acto de fe, un grito de rebeldía ante la mediocridad anulante. Ahora puedo comunicar mis valoraciones de cada libro leído, sin temor al censor de mal aliento y ojos cadavéricos que siempre acecha en cualquier esquina.
Vuelvo a tener una vida verdaderamente mía, una que no está obligada a aceptar las dobleces que la falsa moral impone a los hombres, hasta convertirlos en zombis.
Ahora puedo reír sin el acoso escondido en mis propios miedos, sin temor al cazador de palabras, al constructor de papeles amarillos, el que hace jaulas donde mueren de tristeza los que alguna vez fueron felices.
Vuelvo a ser yo después de trabajar con la azada toda una mañana hasta sangrarme las manos y sentir que vale la pena lo realizado.
Para mayor felicidad, la televisión repone La casa del lago, uno de los filmes que más disfruto, porque me une al ser romántico que siempre he sido y creía olvidado. Me veo allí, tomado de las manos de uno de los personajes principales, la doctora, caminando Chicago, admirando el Puente de agua, el restaurante más famoso de la ciudad, decir Carolina en voz alta, sin miedo a los que no saben leer versos escritos bajo una farola en la noche.
Vuelvo a se yo y tengo una alegría que me desborda. Ahora pescaré al amanecer cuando la luna sea buena; regalaré mis mejores sonrisas a los atardeceres, y sobre todas las cosas, lucharé para que nunca nadie más me robe la dignidad y haga de mis palabras unas trampas morbosas en las que moría cada día.
Ahora puedo compartir con las personas auténticas, hablar de libros, del campo, comer un plato deseado; sentarme en el puente a ver los trenes pasar.
Mejor vivir como mandan nuestros pensamientos, a tener que escondernos en unos miedos que otros construyen para uno. ¡Qué bella es la libertad!
No sè què pasa. Yo te doy un abrazo y si en algo fuera ùtil cuenta conmigo. Hace muhco pienso en la gestiòn del talento y sospecho que eso no se tiene muhco ne cuenta. es una làstima . Dice Silvio: La libertad solo es visible para quien la labra
ResponderEliminarY en lo prohibido brilla, astuta, la tentación
Nacer a veces mata y ser feliz desgarra
¿A quién acusaremos cuando triunfe el amor?