Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Ha resurgido el personaje de Juan Cabrera (Criollo); lo ha visto protagonizar escenas picarescas, propias del mundo profano, donde vender una cabeza de ajo y una libra de arroz, más allá de las mismísimas nubes, produce una risa colosal.
Hubo un antes en la vida de Criollo, donde la miseria y la falta de unos metros cuadrados donde vivir, lo marcaron. Recorrió como ningún otro el camino de la honradez; lo conocía bien; resistió cuanto humanamente pudo, para no desviarse de las lecciones morales de tatarabuelos y abuelos, pero había bocas que alimentar... Estuvo en la Guerra; al igual que el Nene de Generales y Doctores; en ella aprendió el espíritu de los majases, también como Nene. Hizo del hablar bonito, el mayor de sus dones. Con unas lecturillas a cuestas, emprendió el arribismo ideológico.Al terminar el conflicto, sobre la base de promesas y una elocuencia formidable; escaló peldaños, ingresó a la burocracia de las oficinas; pero pronto se convenció que no debía detenerse allí; decidió postularse a un cargo político- administrativo; así prosiguió una meteórica carrera a la cumbre. Desde aquella altura, comprendió que la política era el camino más corto para llegar al Cubiche. El ensayista Jorge Mañach consideró el retrato novelado de Juan Criollo, escrito por Carlos Loveira, piedra fundacional del Cubiche; trepador, ladino, inescrupuloso, con tal de ascender, vendía su alma al Diablo.
Juan Cabrera resurge hoy sobre un potro de gasolina, blanco por más señas; pica espuelas; no importan caídos, inocentes, humildes; dicen que trota como nadie en la carrera...
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