Por Arnoldo Fernández Verdecia
Mi amada Carolina:
El muro separa nuestras palabras. En su medio, mi amigo intenta la resistencia. Sus hijas residen en provincias lejanas, no pueden ayudarlo. Vive solo.
Lo veo extinguirse en una tristeza infinita. Teme salir a la calle, nadie quiere venderle alimentos por su edad. Las multas exorbitantes acechan a todos, pueden aparecer por cualquier lado. La desesperación lo lleva al límite.
Alguien le dice que el pollo llegará cada seis meses; el aceite, cada tres. Lleva sus manos a la cabeza. Cierra los ojos. La leña es su balita de cocina. El papel sanitario, los periódicos que sigue comprando a pesar del precio.
El pago de la jubilación lo hace paqueticos: corriente, agua, canasta básica, teléfono, periódico, especias, las medicinas del tarjetón; escribe sobre ellos, hasta terminar y mirar al cielo, pedir un milagro a Dios; porque apenas alcanza para unos días; los demás, una odisea, donde unas veces come; otras, se acuesta sin hacerlo.
El día que puedo hago llegar a sus manos un tazón de potaje; no sabe cómo agradecerme; se pierde en el sabor del alimento y duerme feliz. Cuando mi fogón se rompe, ahí está él, presto a repararlo sin cobrarme un centavo.
De lejos ve las colas donde venden módulos asignados. Nadie lo recuerda en esas ventas. Alguna vez fue útil a la sociedad; hoy ha sido olvidado. Millones como nosotros sufren el desabastecimiento; pero no pierden las esperanzas, creen que algo bueno sucederá pronto y todo volverá a ser como antes.
Afuera pasan los pregoneros. Sus oídos siguen ansiosos las palabras, pero los precios estallan como fuegos artificiales:
- Carne de cerdo a 150.
- Jamón a 160.
- Arroz a 60.
-Aceite a 350
-Frijoles a 100
-Boniatos a 15
-Culantros a 10
-Ajo a 15
-Pata de Cebollas a 250
-Chorizos a 20
-Polvo de café a 10
-Lata de sardina a 250
-Lata de puré de tomate a 150
-Libra de pollo a 150
-Libra de yuca a 10
-Libra de queso a 190
-Litro de sirope a 30
-Libra de malanga a 60
-
Se esconde tras las paredes; triste, sabiendo que sus horas de vida están contadas.
Aún la pandemia asoma su cola en muchos lugares del pueblo. Temeroso ve las casas aisladas, la gente adentro, atrapadas en las dudas, el pánico, el hambre, la rabia; una espera que se vuelve interminable, desesperante...
Dicen que traerán módulos de dulces, pan, jugos de frutas por la libreta de racionamiento, pero pasan los meses y a su bodega ni asoman.
Llega el panadero y no le queda más remedio que comprar la bolita de todos, no importa si un día está buena y la mayoría no.
Amor, el muro separa nuestros susurros, pero no el café recién colado en la mañana; las noticias compartidas; la vida de nuestras familias distantes. Le cuento de las tres caminatas semanales, campo adentro, a salvarme el alma. Sonríe con franqueza sin igual. Es bueno para tu salud, me dice y retorna al silencio de una realidad subvertida, enconada, aplastante. Mejor esconder las valoraciones, me dice, porque siempre alguien está a la caza de las palabras.
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