Fui bendecido por la mano de Dios: me dio dos padres y una madre.
Crecí en el campo.
Viví una infancia muy feliz.
No me faltó nada material, ni eso que llaman amor.
Me enseñaron a cultivar la dignidad y el respeto, como mayores atributos de un ser humano.
Por robar cualquier cosa recibías un castigo, tan severo, que nunca más pensabas en repetirlo.
Soy de los que tuvo la suerte de tener en sus primeros años de vida los juguetes que venían por la libreta, uno básico y dos secundarios. Podrán imaginar entonces que no me faltaron las canicas, una máquina de pedales, aviones, ametralladoras, soldaditos
En mi casa era religioso celebrarme el cumple.
Los regalos que más felicidad me daban eran los libros. Mi padre aparecía sobre una loma y sentía el chiflido anunciando su llegada; yo corría muchos metros, saltaba a sus brazos y hacía la pregunta del millón: ― ¿Qué libros me trajiste?― Respondía: ―Es una sorpresa querido hijo―, pero me permitía buscar en sus cosas y ante mí surgía ese olor a papel que me hacía cerrar los ojos y aún hoy me hace experimentar el mismo placer. Ese día mí madre ponía ganas en la cocina y un exquisito fricasé de pavo, gallo o gallina de guinea, eran sus delicadas maneras de hacerme feliz. Mi padre abuelo también hacía su parte, pues me sorprendía con un jolongo de raspaduras y turrones de Jiguaní. Mis primos Daniel, Susy y Mindalia, siempre tenían detalles hermosos. Los tíos Libo y Luca se aparecían con seleccionadas polluelas para que aprendiera a tener patio propio. Así fueron mis cumpleaños de la niñez y la adolescencia; después perdieron aquella intensidad por muchas razones, que ni los economistas mismos han sabido explicar, así que no hablare de eso.
No me pondré a contar toda mi vida creyendo que por ser mí cumple soy el ombligo del mundo, pero bueno, algunas pequeñeces ―inmensas en lo personal―, vale la pena compartir:
Estudié, crecí profesionalmente y logré algunas cosillas, entre ellas ejercí el magisterio, la dirección, el periodismo, escribí libros y trabajé el campo.
Cometí errores, me esforcé por superarlos y aprender de ellos para no repetirlos.
Me decepcionan los arribistas mediocres, que a golpe de maniobras turbias escalan y ocupan puestos. Los he combatido en todos los lugares que he estado.
No resisto la intolerancia, la guataquería, la mediocridad, el fanatismo, los dogmas…
Creo en la Cultura como único modo de ser libre y virtuoso.
Finalmente recordar que mi último año de vida no ha sido bueno; perdí grandes amores que dieron orden y fundamento a mis días: mi padre viejo, mi mascota Cuquita, el trabajo y la patria chica donde vine al mundo.
A mí amada Alejandra, que siempre ha estado ahí ―apoyando mis proyectos, mi resistencia, queriéndome con mis defectos―, muy pronta recuperación.
Así que no tengo nada que celebrar, a no ser el hecho de estar vivo y saber quiénes son amigos, familia, esencia de nuestro ser en lo espiritual.
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