Tengo muchas palabras almacenadas pero no consigo decir ninguna; se han atorado en mi garganta.
Me creía un Nemo de los tiempos nuevos, como aquel viejo capitán que viajaba en submarinos cuando nadie pensaba en ellos. Ser Nemo era bueno, pero ahora prefiero convertirme en un cucarachón cuando lleguen los del arsénico; volver en el tiempo y ser el niño que comía naranjas en las inmensas siembras de su abuelo; el que leía La isla del tesoro y Los tres mosqueteros a la luz de un candil; pero no puedo regresar; ante mí, un oscuro laberinto me interroga, no tengo respuestas para salir. El dedo acusador en alto. Voy a morir. No quiero la clemencia de los emperadores, ni sus falsas palmaditas en el hombro. Prefiero la muerte indócil y no la palabra arrinconada. Los hombres felices no dejan memoria. El dolor es condición de los nacimientos. ¿Hasta cuándo?, preguntaría Cristo; pero Cristo se dejó clavar en la cruz en defensa de su verdad. Quiero tener la fuerza de Cristo, su valor.
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