Por Arnoldo Fernández Verdecia
Unos claman a Dios, otros a la Virgen María, la mayoría pide un milagro, algo tiene que pasar, porque los apagones son irresistibles, al igual el hambre y la falta de medicinas.
Algunos buscan en las pantallas noticias alentadoras, pero allí se narra un país desconectado de lo real. Allí viven las consignas, los actos, un triunfalismo del que la gente no quiere ya saber, porque urge el plato de comida, la luz carajo, la luz, sin luz somos un pueblo extraviado en una oscuridad interminable.
La madre luchadora sale al amanecer de casa en casa, ruega, llora un jarrito de azúcar para el café de los niños, de todos, pero recibe silencio.
La bolita de pan, ahhh, la bolita, unas veces viene, otras no, la mayoría es incomible por lo agria, su imagen no seduce al paladar.
País mío, amado país, a veces sabemos que hay alimentos, medicinas, recursos, sabemos de la voluntad para que lleguen a los poblados, pero ni el mísmisimo Dios sabe adónde van a parar, porque como mismo llegan, vuelan y los ves pasar en maleteros, motorinas, personajillos muy alegres son los favorecidos por la varita de los que hacen el sol y la noche.
Salgo a la calle, hay dolor, mucho dolor, la gente no sabe donde la verdad tendrá nido y nadie acusará por decirla. Pobre país mío, como nunca antes necesitamos esperanza, porque sino la tenemos para qué vivir.
El estrés doblega, mata, envejece, pero la gente invoca al cielo, pide, espera de allí un futuro que no ha podido conseguir en la tierra.
He leído tu crónica y desola el alma porque tu observación resulta cíclica y la vida es hoy y ahora.Ojalá muchos puedan leer e interpretar el texto para ser mejores personas ,es duro y desgastante enfrentar el diarismo con tantas carencias acumuladas.Pero creo que somos más los que seguimos apostando por el sueño de Marti.Con todos y.... El quejarnos acrecienta el dolor y las carencias y nos daña tanto como cada palabra de denuncia en tu atinada crónica que saca lágrimas.Qué hacer?dijo Lenin dándole titulo a una de sus obras.
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