Por Arnoldo Fernández Verdecia
Sentado sobre una vieja piedra veo el sábado caer; gris, enconado, aplastante.
No me asombran ya los sábados.
Algunos lo creen el mejor día de la semana; para mí es una tarde que muere, mientras intento una llama que se pierde en la memoria.
La vida se va en la misma piedra en la que muchas veces el padre de mi abuelo vio la noche de los sábados morir.
Yo soy un hombre que se parece mucho al padre de mi abuelo. Todos los sábados hago lo mismo que él.
Abuelo y mi padre también hicieron lo mismo cada sábado.
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