Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Una mujer espera algo que no llega, siente el rumor del pino allá en una isla donde el mar roba la tierra. Sabe del hombre campo adentro, de las ciruelas maduras donde un pueblo permanece en su butacón pasando las eras imaginarias. No puede esperar, sus demonios alimentan las dudas, comen el verde, sabe que amarse como si estuvieran en el siglo XIX es casi imposible en un mundo conectado. Piensa en Fermina Daza y Florentino Ariza, no son los tiempos del cólera, pero allí hay esa enfermedad del Trópico y su hombre es hijo de la provincia, salirse de ese ruedo cuesta; ella es natural del viento, es libre de volar al cielo que quiera: París, Londres, Lisboa; él solo viaja en la mente; de tan honrado, no vende su palabra a postor alguno, ni alquila su alma a ningún mercader que lo lleve adonde los sueños quieran. Ese hombre ha robado su corazón, lo sigue en su camino al trabajo, lo ve desde la distancia, lo intuye en la palabra y lo hace suyo en la mariposa que hormiguea en sus placeres. Siente que la isla de su amado es moda, que todos hacen las maletas, hasta las estrellas de Hollywood se van allá a retratarse y vivir en un país retro, a tomarse el daiquirí, el mojito, el Habana Club; algunos van a libar las mujeres, sentir el fuego de la mulata, el pene largo de un negro, otros a Varadero a pintarse con el azul de la playa, a bañarse en el sol de la tarde; pero su hombre no es un señor de negocios, no es un diplomático, no es un periodista nacional, no se mueve de ese punto de la geografía donde envejece. La mujer de los vientos sueña un molino, un gigante, un deseo…