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martes, 3 de noviembre de 2015

Asesino de chivas en Contramaestre, Cuba


Mientras ella vivió jamás se perdió un chivo, pero en cuanto la sacrificaron los ladrones, se esfumó la manada.

Por Luis Enrique Jerez (Especial para Caracol de agua)  

No es que Blanquita se bañe con guarapo, o viva sobre un montón de azúcar en Contramaestre, en verdad no es una chiva común. Alta, de cuerpo ancho con pelambre fino, parece encaje de nubes. Te sigue con su mirada tierna; no esquiva una caricia, diríase más bien que gusta de ella, le gusta el agua al medio día con un puntico de sal.

Es una chiva mansa que sabe lucir su belleza y es muy difícil de olvidar si la has contemplado alguna vez de cerca. No pienses que digo esto porque sea la única chiva del palmar cubano, porque no lo es, aquí hay muchas chivas y chivos, pero ninguna con la dulzura de Blanquita y hasta da suerte a la manada, porque aleja a los ladrones.

En unos de esos pedazos de tiempos duros: cuando los campos pierden su verdor, escasean los alimentos y ni la vaca Chichimeca se le ocurre parir, se aparece Blanquita con dos hermosos chivitos y con una ubre que parece un racimo de nieves.

Una mañana, cuando el gallo desde su alcoba en el pimpollo de una mata de mamón canta: “Aquí mando yo”, el pineo Pimentoso responde desde otro gajo: “Mentiroso”. Mi padre sacude pantalón y camisa para espantar a los alacranes que son toscos acariciadores y dice en tono jocoso: “Ahora al ordeño de chiva salvaje”, sin embargo, Blanquita es salvajemente mansa.

Mientras ella vivió jamás se perdió un chivo, pero en cuanto la sacrificaron los ladrones, se esfumó la manada; de noche en noche una plaga irresistible fue acabando uno a uno la manada. Ahora sólo el recuerdo de Blanquita que nos sorprendía al amanecer al llenar una jigüera de leche, sin dejar por ello de amamantar  toda la noche a sus dos chivitos.


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